"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Poesías sueltas - Leandro Fernández de Moratín

Poesías Sueltas Por Leandro Fernández de Moratín SONETO A D. JUAN BAUTISTA CONTI Febo desde la tierna infancia mía quiso que el plectro de marfil pulsara, y en las alturas de Helicón gozara sus verdes bosques y su fuente fría. Mas dudosa la mente desconfía, Conti, aspirar al premio que prepara a solo el que mostró, con unión rara, talento y arte en docta poesía. Pero si tú, mi amigo generoso, la cumbre me señalas eminente y el paso incierto dirigir no excusas, imitando tu verso numeroso, veré de lauros coronar mi frente suspenso al canto el coro de las musas. ODA TRADUCCIÓN DE HORACIO Deja tu Chipre amada, Venus, reina de Pafos y de Gnido, que Glycera adornada estancia ha prevenido, y te invoca con humos que ha esparcido. Trae al muchacho ardiente y las gracias, la ropa desceñida, y a Mercurio elocuente, y de ninfas seguida la Juventud, sin ti no apetecida. ODA A LA MEMORIA DE D. NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN Flumisbo, el celebrado cantor de Termodonte, por quien grato a las musas fue de Dorisa el nombre, ya las sombras habita de los elisios bosques. Llorad, Venus hermosa, llorad, dulces Amores. Suelta la crencha de oro que el viento descompone, la rica vestidura desceñida sin orden. Erato, que suave le colmó de favores, sobre la tumba fría hoy se reclina inmóvil. Del seno de su madre el niño de los dioses batió veloz las alas, fugitivo se esconde. Deshecho el arco inútil, la venda airado rompe: ardió la corva aljaba y duros pasadores. Es fama que en la selva, por donde lento corre el Arlas, coronado de olivo, yedra y flores, sonó lamento ronco de mal formadas voces, que en ecos repitieron las grutas en los montes. Ninfas, la queja es vana si dio la Parca el golpe, ni vuelve lo que usurpa el avaro Aqueronte. Alzad un monumento con mirtos de Dïone, ornado de laureles, guirnaldas y festones, entrelazando en ellos la trompa de Mavorte y la cítara dulce del teyo Anacreonte; las coronas de Clío, de Amor venda y arpones, y las aves de Venus el obelisco adornen. Que si al asunto digno mi verso corresponde, si da lugar el llanto a números acordes, de la región que tiene por su cenit al norte, a la que esterilizan rayos abrasadores, Flumisbo en la memoria durará de los hombres, sin que fugaz el tiempo su duración estorbe. SONETO A FLÉRIDA POETISA Basta, Cupido ya, que a la divina ninfa del Turia reverente adoro; ni espero libertad, ni alivio imploro, y cedo alegre al astro que me inclina. ¿Qué nuevas armas tu rigor destina contra mi vida, si defensa ignoro? Sí, ya la admiro entre el castalio coro la cítara pulsar griega y latina. Ya, coronada del laurel febeo, en altos versos llenos de dulzura, oigo su voz, su número elegante. Para tanto poder débil trofeo adquieres tú, si sola su hermosura bastó a rendir mi corazón amante. ODA TRADUCCIÓN DE GRECOURT El niño ceguezuelo adormeciose un día en el recinto oscuro de los bosques del Ida. Venus temor concibe al ver que no volvía de tan largo reposo, que al de la muerte imita. Y en lágrimas hermosas bañando las mejillas, al Padre omnipotente su dolor comunica. Jove, que tanta pena mitigar determina, a los Dioses consulta que en el Olimpo habitan. Y viendo que en opuestas opiniones vacilan, al medio menos tardo su decisión inclina. Manda que al bosque umbroso donde el Amor dormía vayan los celos tristes, y en torno de él asistan. Parten ellos veloces, y al rumor que traían de su letargo vuelve el niño de Ericina. ¡Mas ay!, que desde entonces perdió su paz tranquila, y nunca el dulce sueño sus párpados visita. ODA TRADUCCIÓN DE HORACIO No pretendas saber (que es imposible) cuál fin el cielo a ti y a mí destina, Leucónoe, ni los números caldeos consultes, no; que en dulce paz, cualquiera suerte podrás sufrir. O ya el tonante muchos inviernos a tu vida otorgue, o ya postrero fuese el que hoy quebranta en los peñascos las tirrenas ondas, tú, si prudente fueres, no rehúyas los brindis y el placer. Reduce a breve término tu esperanza. La edad nuestra mientras hablamos envidiosa corre. ¡Ay! goza del presente, y nunca fíes, crédula, del futuro incierto día. ODA A NÍSIDA ¿Ves cuán acelerados, Nísida, corren a su fin los días? ¿Y los tiempos pasados, cuando joven reías, ves que no vuelven, y en amar porfías? Huyó la delicada tez, y el color purísimo de rosa, la voz, y la preciada melena de oro undosa: todo la edad se lo llevó envidiosa. ¡Ay! Nísida ¿y procuras ver a tus pies un amador constante? ¿Y de otras hermosuras el divino semblante censuras o desprecias arrogante? En vano es el adorno artificioso, y la oriental riqueza que, repartida en torno corona tu cabeza, si falta juventud, gracia y belleza. Ni digas indignada que es indomable corazón el mío do amor no hizo morada, si a tus halagos frío, del ruego que me cansa me desvío. Que Cupidillo ciego, hijo de Venus, fiero me encadena. Isaura, con el fuego de su vista serena, todo me abrasa en agradable pena. Ni permite que cante los lauros que Gradivo en sangre baña, América triunfante con una y otra hazaña, y el muro de Magón abierto a España. Amor las cuerdas de oro me dio y el plectro, porque cante en ellas a la que firme adoro dulcísimas querellas, su espíritu gentil, sus formas bellas. ¡Qué amable, si el oído presta suspensa a mi pasión doliente! ¡O al beso apetecido evita brevemente el labio muy hermoso y elocuente! ¡Ay! Si benigna un día (tú lo puedes hacer, madre de amores) cede la ninfa mía los últimos favores, tus aras cubriré de mirto y flores. SONETO A LA CAPILLA DEL PILAR DE ZARAGOZA Estos que levantó de mármol duro sacros altares la ciudad famosa, a quien del Ebro la corriente undosa baña los campos y el soberbio muro, serán asombro en el girar futuro de los siglos: basílica dichosa donde el Señor en majestad reposa, y el culto admite reverente y puro. Don que la fe dictó, y erige eterno religiosa nación a la divina Madre, que adora en simulacro santo. Por él, vencido el odio del Averno, gloria inmortal el cielo la destina, que tan alta piedad merece tanto. IDILIO LA AUSENCIA Este es Guadiela, cuyas ondas puras van a crecer del Tajo la corriente; esta la selva deliciosa, donde gozan las Horas del ardor estivo las bellas hamadríades, formando ligeras danzas y festivos coros. Inarco, ¡ay, infeliz! ¿así la cumbre vuelves a ver de aquel nuboso monte? ¿Así a pisar esta ribera vuelves? Prófugo, triste, en mi destino incierto, dejé mi choza y mis alegres campos y los muros de Mantua generosa, y al bienhadado Coridon y Aminta, y al constante en amor Alfesibeo; todo lo abandoné. Por ignorada senda me aparto, con errante huella, y atrás volviendo alguna vez los ojos: Adiós mi patria, sollozando dije, Adiós praderas verdes, donde oculto entre juncos y débiles cañelgas, Manzanares humilde se adormece sobre las urnas de oro. Adiós, y acaso para nunca volver. A la espesura de incultos bosques y profundo valle la planta muevo apresuradamente, bien como el ciervo, al conocerse herido de enherbolado arpón, las cumbres altas sube, desciende de la sierra al llano y los anchos arroyos atraviesa, en vano, ¡ay, triste! en vano, que el agudo hierro, teñido en la caliente sangre, cerca del corazón lleva pendiente. Yo así en el pecho abrasadora llama siento: ni la distancia ni los días alivian mi dolor, que en la memoria mi bella ausente y sus hechizos duran. El donaire gentil, la risa, el canto, el pie que mueve en ágil danza, honesta, los dorados undívagos cabellos, el claro resplandor de entrambas luces y el alto pecho que süavemente se agita al suspirar. ¡Delicïoso, cándido seno donde Amor se anida! Disculpa de mi ciego desvarío. Si alguna vez a mi dolor se presta benigno el sueño con amigas alas, hijo de la callada, húmida noche, al fatigado espíritu aparece de mi partida el infeliz instante. Miro los ojos de esplendor divino, que en lágrimas se inundan amorosas, la trenza ondosa deslazada al viento, suelta la veste cándida, y escucho la conocida voz, las dulces quejas, que serenar el ímpetu espantoso pueden del mar en tempestad oscura. Tiemblo, y en vano la funesta imagen quiero de mí apartar. Ya me parece que con halagos, de pasión nacidos, la linda Isaura mi partida estorba; ya que indignada a su amador acusa de ingrato y desleal; ya, que rendida a su aflicción, la voz y el llanto cesan... Yo, ¡mísero!, ciñendo el cuello hermoso y a su labio tal vez uniendo el mío, juro a los cielos que primero falte mi aliento débil, que en ajenos brazos llegue a mirarla que la pierda y viva antes que olvide mi pasión primera. Mas ya se acerca el trance aborrecido: late oprimido el corazón... Entonces al violento pesar de mí se aparta leve la imagen de la muerte triste más que la muerte inexorable y dura. Venus, hija del mar, diosa de Gnido, y tú, ciego rapaz, que revolante sigues el carro de tu madre hermosa, la aljaba de marfil pendiente al lado: Si hay piedad en el cielo, si el humilde ruego de un infeliz no vos ofende, ¡oh!, basten ya las padecidas penas. Vuelva yo a ver aquel agrado honesto, aquel dulce reír, y la süave voz de sirena escuche, y sus favores gozando, tornen las alegres horas. Pero si acaso mi destino fuere tan enemigo a la ventura mía, que en larga ausencia padecer me manda: Alma Citeres, flechador Cupido, tal rigor estorbad. Falte a mis ojos la luz pura del sol en noche eterna, y del cuerpo mi espíritu desnudo, fugaz descienda, en vana sombra y fría, a la morada de Plutón terrible. Inarco así, de la que adora ausente, a las deidades del Olimpo sordas demandaba piedad. Damon en tanto, joven pastor, que al valle reducía pobre rebaño de manchadas cabras, al pie de un olmo halló sobre la hierba al amante zagal apenas vivo. Le alzó del suelo con amiga mano, razones, no escuchadas, repitiendo, por si con ellas aliviar lograse su grave afán, piadoso le conduce a su rústico albergue, y vagaroso el fiel Melampo a su señor seguía. ODA A ROSINDA, HISTRIONISA Cupido no permite que mi canto celebre los héroes que la fama coronó de laureles. Él me inspira dulzuras y amores inocentes, olvidando de Marte los horrores crüeles. Tú, hermosa, si a mi verso agradecida vuelves esos ojos, incendio de los dioses celestes, premio darás que baste a que mi voz se aliente, y a que sólo en tu aplauso mi cítara se temple. No por tal hermosura, en armados bajeles llevó la Grecia a Troya desolación y muertes. ¿Que mucho que a tu vista rendido se confiese el corazón, que en vano su libertad defiende? Si cuando te presentas en años florecientes ante el callado vulgo, que de tu labio pende, con mágico embeleso el ánimo más fuerte o en tu placer se goza, o en tu dolor padece. Ya la vivaz Talía sus fábulas te preste, cuando el vicio censura con máscaras alegres. ¡Qué honesta, si declaras la pasión que te vence, o imaginados celos tu risa desvanece! ¡Qué airada, qué terrible, cuando en acentos breves al atrevido amante su desatino adviertes! La multitud escucha, y absorta duda y teme; que son, aunque fingidos, temidos tus desdenes. Mas en el drama triste que dictó Melpómene, todo es angustia y lloro, todo afanes crüeles. ¿Qué espíritu te agita? ¿Qué deidad te conmueve? ¿Quién con serenos ojos pudo escucharte y verte? Si alguno dudar quiso cuánta ilusión adquieren en el ancho teatro, ficciones aparentes, oiga tu voz y mire las lágrimas que viertes, y a tus pies humillado te dirá lo que pueden. Vosotros que, inspirados de las hermanas nueve, dais a la sien corona de yedras y laureles, si dirigís el paso a la cumbre eminente, por la difícil senda perdida tantas veces; si el numen vuestro, aplausos y eternidad pretende, los hechos admirables de la patria celebre. Trágico verso imite pasiones delincuentes, fortunas infelices de naciones y reyes. Que si la ninfa bella, por quien el hondo Betis, en Híspalis soberbio, baña su campo fértil, presta su voz y anima los mudos caracteres, y lo que el arte inspira en viva acción lo vuelve: veréis como por ella el orbe os engrandece, y la fama poetas os aclama celestes. Feliz la suerte mía, si merecer pudiese que en sus labios de rosa mis números resuenen. Yo viera mis fatigas premiadas dignamente, ¿ni galardón más alto quién pudo merecerle? Pero el vendado niño, que tirano me vence, me permite que solo la adore reverente. ¡Oh, Amor! Libra mi pecho del afán que padece; ni contra mí tus viras voladoras aprestes. Basta que en ella admire las dotes excelentes con que a la patria escena sublima y enriquece, sin que la suma larga de sus triunfos aumente, sin que a sus ojos muera, sin que muriendo pene. Que si de sus hechizos libertarme pudieres, y el tiro que destinas al flechero le vuelves, por mí sus alabanzas serán cantadas siempre, en acentos süaves de cítara doliente. Y cisnes más sonoros ensalcen y celebren los héroes que la fama coronó de laureles. INSCRIPCIÓN PARA UNA ESTATUA DE LA FARMACIA A la ciencia de Hipócrates unida, dilata los instantes de la vida. ODA TRADUCCIÓN DE HORACIO ¿Que al fin, las riquezas de la Arabia envidias, Icio, y a los reyes, no vencidos antes, de Saba preparas guerra luctuosa, y al medo terrible pesadas cadenas? ¿Cuál servirte puede bárbara cautiva, que llore a tus manos su esposo difunto? ¿Cuál en regio alcázar llenará tus copas, ungido el cabello de aromas süaves, mancebo ministro; enseñado solo a tirar saetas séricas, doblando el arco paterno? ¿Quién ya dudaría poder los arroyos subir a las cumbres, y el rápido Tíber volver a su fuente; si tú de Panecio las preciadas obras y las que produjo socrática escuela (No a costa de leve afán adquiridas) dar quieres en cambio de arneses íberos? ¡Tú, que prometiste virtudes mayores! SÁTIRA LECCIÓN POÉTICA Apenas, Fabio, lo que dices creo, y leyendo tu carta cada día más me confunde cuanto más la leo. ¿Piensas que esto que llaman poesía, cuyos primores se encarecen tanto, es cosa de juguete o fruslería? ¿O que puede adquirirse el numen santo del dios de Delo, a modo de escalada, o por combinación o por encanto? Si en las escuelas no aprendiste nada, si en poder de aquel dómine pedante tu banda siempre fue la desgraciada, ¿por qué seguir procuras adelante? Un arado, una azada, un escardillo, para quien eres tú, fuera bastante. De cólera te pones amarillo; las verdades te amargan, ya lo advierto: no quieres consultor franco y sencillo. Pues hablemos en paz, que es desacierto desengañar al que error desea, vaya por donde va, derecho o tuerto. Dígote, en fin, que es admirable idea en tu edad cana acariciar las musas y trepar a la fuente pegasea. Pues si el aceite y la labor no excusas, y prosigues intrépido y constante, en ti sus gracias lloverán infusas. Los conceptillos te andarán delante, versos arrojarás a borbotones, tendrás en el tintero el consonante. ¡Qué romances harás y qué canciones! ¡Y qué asuntos tan lindos me prometo que para tus opúsculos dispones! ¡Qué gracioso ha de estar y qué discreto, un soneto al bostezo de Belisa, al resbalón de Inés otro soneto! Una dama tendrás, cosa es precisa; bellísima ha de ser, no tiene quite, y llamarásla Filis o Marfisa. Dila, que es nieve, cuando más te irrite; nieve que todo el corazón te abrasa, y el fuego de tu amor no la derrite. Y si tal vez en el afecto escasa, pronuncia con desdén sonoro hielo; breve disgusto que incomoda y pasa, dirás, que el encendido Mongibelo de tu pecho, entre llamas y cenizas, corusca crepitante y llega al cielo. Si tu pasión amante solemnizas, no olvides redes, lazos y prisiones, en donde voluntario te esclavizas. Pues si el cabello a celebrar te pones, más que los rayos de titán hermoso, ¡qué mérito hallarás, qué perfecciones! Dila, que el alma, ajena de reposo, nada golfos de luz ardiente y pura, en crespa tempestad del oro ondoso. Llama a su frente espléndida llanura, corvo luto sus cejas, o süaves arcos, que flecha te clavaron dura. Cuando las luces del Olimpo alabes, apura, por tu vida, en el asunto las travesuras métricas que sabes. Di que su cielo, del cenit trasunto, dos soles ostentó, por darte enojos, que si se ponen quedarás difunto. Y al aumentar tu vida sus despojos, se lava el corazón, y el agua arroja por los tersos balcones de los ojos. Y tu amor, que en el llanto se remoja, en él se anea, y sufre inusitados males muriendo, y líquida congoja. Di, que es pensil su bulto de mezclados clavel y azahar, y abeja revolante tú, que libas sus cálices pintados. La boca celestial, que enciende amante relámpagos de risa carmesíes, alto asunto al poeta que la cante, hará a que en su alabanza desvaríes, llamándola de amor ponzoña breve, o madreperla hermosa de rubíes. Al pecho, inquieta desazón de nieve, blanco, porque Cupido el blanco puso en él, y en blanco te dejó el aleve. Y di que venga un literato al uso, con su Luzán y el viejo estagirita, llamándote ridículo y confuso. Que yo sabré con férula erudita hacerle que enmudezca arrepentido, por sectario de escuela tan maldita. Así también hubiéramos vencido el venusto rigor de esa tirana, tigre de rosa y alhelí vestido. Mas quiero suponer que la inhumana rasgó tus ovillejos y canciones, y todas las tiró por la ventana. No importa, así va bien. Luego compones diez o doce lloronas elegías, llenándola de oprobios y baldones. No te puedo prestar ningunas mías; pero tres me dará cierto poeta, largas, eternas, y sin arte, y frías. Dirás que tanto la pasión te aprieta, que mueres infeliz y desdeñado. ¡Inexorable amor! ¡Fatal saeta! El cuerpo dejarás al verde prado, el alma al cielo de tu dama hermosa y serás en su olvido sepultado. Y en lugar de escribir: «Aquí reposa Fabio, que se murió de mal de amores; culpa de una muchacha melindrosa», detendrás a las ninfas y pastores, para que una razón prolija lean de todas tus angustias y dolores. Bien que los sabios, si adquirir desean fama y nombre inmortal, no solamente en un sujeto su labor emplean. Olvida, amigo, esa pasión doliente; hartas quejas oyó, que murmuraba con lengua de cristal, pícara fuente. No siempre el alma ha de gemir esclava; déjate ya de celos y rigores, y el grave empeño que elegiste acaba. Que ya te ofrecen mil aparadores, transformadas las salas en bodega, espíritus, aceites y licores. Suena algazara: cada cual despega un frasco y otro, la embriagada gente empieza a improvisar... ¿Y quién se niega? ¿Qué vale componer divinamente, con largo estudio, en retirada estancia, si delirar no sabes de repente? Cruzan las copas, y entre la abundancia de los brindis alegres de Lieo, se espera de tu musa la elegancia. Mira a Camilo, desgreñado y feo, ronca la voz, la ropa desceñida, lleno de vino y de furor pimpleo, cómo anima el festín, y la avenida de coplas suyas con estruendo suena, de todos los oyentes aplaudida. La quintilla acabó; los vasos llena fiel asistente de licor precioso; vuelve a beber y a desatar la vena. Bomba, bomba, repite el bullicioso concurso, y cuatro décimas vomita con pie forzado el bacanal furioso. ¿Y qué, tú callarás? ¿Nada te excita a mostrar de tu numen la aflüencia, cuando la turba improvisante grita? ¿Temes? Vano temor. La competencia no te desmaye, y las profundas tazas desocupa y escurre con frecuencia. Ya te miro suspenso, ya adelgazas el ingenio, y buscando consonante, en hallarle adecuado te embarazas. ¿A qué fin? Con medir en un instante, aunque no digan nada, cuatro versos mezclados entre sí, será bastante. ¿Juzgas acaso que saldrán diversos de los que dieron a Camilo fama, o más duros tal vez, o más perversos? No porque alguno Píndaro le llama, oyendo su incesante tarabilla, pienses que numen superior le inflama. Los muchachos le siguen en cuadrilla, pues su musa pedestre y juguetona es entretenimiento de la villa. Si arrebatarle quieres la corona y hacer que calle, escucha mis ideas y estimarás al doble tu persona. Chocarrero y bufón quiero que seas, cantor de cascabel y de botarga: verás qué aplauso en Avapiés granjeas. Con tal autoridad, luego descarga retruécanos, equívocos, bajezas, y en ellas mezclarás sátira amarga. Refranes usarás y sutilezas en tus versillos, bufonadas frías, y mil profanaciones y torpezas. Y esta compilación de boberías al público darás, de tomo en tomo, que ansioso comprará lo que le envías, porque el ingenio más agreste y romo con obras de esta especie se recrea, como tú con las gracias de Jeromo. Mas si tu orgullo obscurecer desea al lírico famoso venusino, con quien un preceptista me marea, aparta de sus huellas el camino, huye su estilo atado de pedante, que inimitable llaman y divino. Canta en idioma enfático-crispante de las deidades chismes celebrados, sin perdonar la barba del tonante. Pinta en Fenicia los alegres prados, la niña de Agenor y sus doncellas, los nítidos cabellos destrenzados, que, dando flores al abril sus huellas, la orilla, que de líquido circunda Argento Doris, van pisando bellas. Al motor de la máquina rotunda, que enamorado pace entre el armento la hierba, de que opaca selva abunda. La ninfa al verle, ajena de espavento, orna los cuernos y la espalda preme; sin recelar lascivo tradimento. Ya los recibe el mar; la virgen treme, y al juvenco los álgidos undosos piélagos, hace duro amor que reme. Ella, los astros ambos lacrimosos, reciprocando aspectos cintilantes, prorrumpe en ululatos dolorosos, curas quejas entorno redundantes, de flébiles ancilas repetidas, los antros duplicaron circunstantes. Mas Creta ofrece playas extendidas, prónuba al dulce amplexo apetecido pudicias inermes ya vencidas. Huye gozoso Amor, y agradecido Jove, fecunda sobole promete que imperio ha de regir muy extendido. Apolo, antojadizo mozalbete, asunto digno de tu canto sea, cuando tras Dafne intrépido arremete. La locura también faetontea celebrarás, y el piélago combusto, que en flagrantes incendios centellea. Y muera de livor el Zoilo adusto, al notar de estas obras los primores, la dicción bella, el delicado gusto. Al ver llamar estrellas a las flores, líquido plectro a la risueña fuente, y a los jilgueros prados voladores. Vegetal esmeralda floreciente al fresco valle, y al undoso río sierpe sonora de cristal luciente. Pero si has de llamarte alumno mío, despreciando de Laso la cultura, con ceño magistral y agrio desvío, habla erizada jerigonza oscura, y en gálica sintaxis mezcla voces de añeja y desusada catadura, copiando de las obras que conoces, aquella molestísima reata de frases y metáforas feroces. Con ella se confunde y desbarata la hispana lengua, rica y elegante, y a Benengeli el más cerril maltrata. Cualquiera escritorcillo petulante licencia tiene, sin saber el nuestro, de inventar un idioma a su talante que él solo entiende; y ensartando diestro sílabas, ya es autor y gran poeta, y de alumnos estúpidos maestro. Mas ya te llama el son de la trompeta, de nuestros cides los heroicos hechos, tanta nación a su valor sujeta. Rompe, amigo, los vínculos estrechos, las duras reglas atropella osado, vencidos sus estorbos y deshechos. Y el numen lleno de furor sagrado «canto, dirás, el héroe furibundo, a dominar imperios enseñado, que dando ley al báratro profundo su fuerte brazo, sujetó invencible la dilatada redondez del mundo.» Principio tan altísono y horrible, proposición tan hueca y espantosa, que deje de agradar es imposible. No como aquel que dijo: Canta, diosa, la cólera de Aquiles de Peleo, a infinitos aquivos dolorosa. Porque el estilo inflado y giganteo, dejando a los lectores atronados, causa mudo estupor, llena el deseo. Dos caminos te ofrezco, practicados ya por algunos admirablemente; escoge, que los dos son extremados. Sigue la historia religiosamente, y conociendo a la verdad por guía, cosa no has de decir que ella no cuente. No finjas, no, que es grande picardía; refiere sin doblez lo que ha pasado, con nimiedad escrupulosa y pía. Y en todo cuanto escribas ten cuidado de no olvidar las fechas y las datas, que así lo debe hacer un hombre honrado. Si el canto frigidísimo rematas, despediraste del lector prudente que te sufrió, con expresiones gratas, para que de tu libro se contente y aguarde el fin del lánguido suceso, de canto en canto, el mísero paciente. Mas no imagines, Fabio, que por eso te aplaudirán tus versos desdichados; crítica sufrirán, zurra y proceso. Dirán que los asuntos, adornados con episodios y ficción divina, se ven de tu epopeya desterrados. Que es una historia insípida y mezquina, sin interés, sin fábula, sin arte; que el menos entendido la abomina. Pero yo sé un ardid para salvarte, dejándolos a todos aturdidos; oye, que el nuevo plan voy a explicarte. Después que entre centellas y estampidos feroz descargues tempestad sonora, y anuncies hechos ciertos o fingidos; exagera el volcán que te devora, que ceñirse del alma no consiente, e invoca a una deidad tu protectora. Luego amontonarás confusamente cuanto pueda hacinar tu fantasía, en concebir delirios eminente. Botánica, blasón, cosmogonía, náutica, bellas artes, oratoria, y toda la gentil mitología; sacra, profana, universal historia, y en esto, amigo, no andarás escaso, fatigando al lector vista y memoria. Batallas pintarás a cada paso, entre despechadísimos guerreros que jamás de la vida hicieron caso. Mandobles ha de haber y golpes fieros, tripas colgando, sesos palpitantes, y muchos derrengados caballeros. Desaforadas mazas de gigantes, deshechas puentes, armas encantadas, amazonas bellísimas, errantes. A espuertas verterás, a carretadas, descripciones de todo lo criado, inútiles, continuas y pesadas. ¡Oh!, cómo espero que mi alumno amado ha de lucir el singular talento, Febo, que a tu pesar ha cultivado. ¡Cuánta aventura, y cuánto encantamento! ¡Cuántos enamorados campeones! ¡Cuánto jardín y alcázar opulento! Pondrás los episodios a millones; y el héroe miserable no parece, que no le encontraran ni con hurones. Pero, ¿cómo ha de ser? Si le acontece que un mago en una nube le arrebata, y con él por los aires desparece. En un valle oscurísimo remata el viejo endemoniado su carrera, y al huésped a cumplidos le maltrata. Baja a una gruta inhabitable y fiera, sepulcro de los tiempos que han pasado, y le entretiene allí, quiera o no quiera. ¡Cuánta vasija y unto preparado tiene! ¡Cuánto ingrediente venenoso! Que al triste que lo ve deja admirado. Allí le enseña en un artificioso cristal, la descendencia dilatada, que el nombre suyo ha de ilustrar famoso. Y mira una ficción muy adecuada; pues aunque algún censor la culparía, de impertinente, absurda y dislocada, siempre logras con esta fechoría el linaje ensalzar de tu Mecenas, que no te faltará, por vida mía. Y si tales patrañas son ajenas de su alcurnia, ¿qué importa? Si conviene, con Héctor el troyano le encadenas: porque un poeta facultades tiene sin límite ni cotos, escribiendo todo cuanto a la pluma se le viene. Pero ya me parece que estoy viendo sobre un carro de fuego remontados, los dos amigos que la van corriendo. ¡Válame Dios!, y qué regocijados, gentes, ciudades, reinos populosos examinan, y climas ignorados. De Libia los desiertos arenosos, el hondo mar que hinchado se alborota, montes nevados, prados olorosos. De la septentrional playa remota, al cabo que dobló Vasco de Gama, el sabio Tragasmón registra y nota. Vuelve después donde la ardiente llama del sol se oculta, al expirar el día, dándole Tetis hospedaje y cama. Y en su precipitada correría, al huésped volador hace patente cuanto de Europa el ancho mar desvía. Muda el auriga hacia el rosado oriente el rumbo, y a los reinos de la aurora los lleva el carro de propo ardiente... Pero de un criticón me acuerdo ahora, grave, tenaz, ridículo, pedante, que vierte hiel su lengua detractora. ¡Cómo salta de cólera al instante con estas invenciones! ¡Cuál blasfema! Si se llega a irritar, no hay quien le aguante. No quiere que haya encantos, ¡linda tema! Ni vestiglos, ni estatuas habladoras, y el libro en que lo halló desgarra y quema. Si al héroe por acaso le enamoras de una beldad que yace encastillada, guardándola un dragón a todas horas; y el caballero de una cuchillada al escamoso culebrón degüella, mi crítico infernal luego se enfada. Ni hay que decirle, que la tal doncella es hermana del sabio Malambruno, el cual su doncellez así atropella, que a dura cárcel, soledad y ayuno, por un chisme no más la ha reducido sin que sepa sus lástimas ninguno. No señor, nada basta; enfurecido, contra el mísero autor se despepita, y en nada el inocente le ha ofendidos. ¡Abundancia infeliz! ¡Vena maldita! Dice en horrenda voz, que impetuosa como turbio raudal se precipita. El gusto y la razón, en verso, en prosa, la invención rectifiquen; que sin esto, jamás se acertará ninguna cosa. Mi patria llora el ejemplar funesto; su teatro en errores sepultado, a la verdad y a la belleza opuesto, muestra lo que produce el estragado talento, que sin luz se descamina, de la docta elección abandonado. Nuevo rumbo siguió, nueva doctrina, la hispana musa, y desdeñó arrogante la humilde sencillez griega y latinas dio a la comedia estilo retumbante, figurado, sutil, o tenebroso; de la debida propiedad distante. Halló en la escena el vulgo clamoroso pintadas y aplaudidas las acciones a que le inclina su vivir vicioso. Y en vez de dar un freno a sus pasiones, en la enseñanza de verdades puras, mezcladas entre honestas invenciones, oye solo mentiras y locuras, celebra y paga enormes desaciertos, y de juicio y moral se queda a oscuras. ¡Qué es ver saltar entre hacinados muertos, hecha la escena campo de batalla, a un paladín, enderezando tuertos! ¡Qué es ver, cubierta de loriga y malla, blandir el asta a una mujer guerrera, y hacer estragos en la infiel canalla! A cada instante hay duelos y quimeras, sueños terribles que se ven cumplidos, fatídico puñal, fantasma fiera, desfloradas princesas, aturdidos enamorados, ronda, galanteo, jardín, escala y celos repetidos. Esclava fiel, astuta en el empleo de enredar una trama delincuente, y conducir amantes al careo. Allí se ven salir confusamente damas, emperadores, cardenales, y algún bufón pesado e insolente. Y aunque son a su estado desiguales; con todos trata, le celebran todos, y se mezcla en asuntos principales. Allí se ven nuestros abuelos godos, sus costumbres, su heroica bizarría, desfiguradas de diversos modos. Todo arrogancia y falsa valentía todos jaques, ninguno caballero, como mi patria los miró algún día. No es más que un mentecato pendenciero el gran Cortés, y el hijo de Jimena un baladrón de charpas y jifero. Cinco siglos y más, y una docena de acciones junta el numen ignorante, que a tanto delirar se desenfrena. Ya veis los muros de Florencia o Gante: ya el son del pito los transforma al punto en los desiertos que corona Atlante. Luego aparece amontonado y junto, así lo quiere mágico embolismo, Dublin y Atenas, Menfis y Sagunto. Pero ¿qué mucho? Si en el drama mismo se ven patentes las eternas penas, y el ignorado centro del abismo. Las llamas, pinchos, garfios y cadenas; repitiéndose mísero lamento por las estancias de dolores llenas. ¡Oh! ¡Qué abominación! Dice el sangriento censor injusto, y dando manotadas, se levanta furioso del asiento. Estas críticas, Fabio, son dictadas por envidia y no más, si bien lo miras, y no deben de ti ser escuchadas. Las que repasas sin cesar y admiras insignes obras, a pesar de ingratos, te llevarán al término a que aspiras. Más te prometo. Los alegres ratos que te visite el apolíneo coro, no los has de vender nada baratos. Pues aunque el tema popular no ignoro, de que Cintio corona los poetas de verde lauro, y no de perlas y oro, las más descabelladas e indiscretas farsas, te llenarán de patacones los desollados cofres y gavetas. Sí, Fabio, las obrillas que dispones las hemos de vender todas al peso; y algo me tocará por mis lecciones. Tu vena redundante hasta el exceso, que no conoce reglas ni camino, es lo que se requiere para eso. Suelta toda la presa del molino, haz comedias sin número, te ruego, y vaya en cada frase un desatino. Escribe dos, y luego siete, y luego imprime quince, y trama diez y nueve, y a tu musa venal no desasosiego. Harás que horrendos fabulones lleve cada comedia y casos prodigiosos; que así el humano corazón se mueve. Salga el carro del sol, y los fogosos Flegón y Etonte; salga Citerea mayando en estribillos enfadosos. Diversa acción cada jornada sea, con su galán, su dama y un criado, que en dislates insípidos se emplea. Echa vanos escrúpulos a un lado, llena de anacronismos y mentiras el suceso que nadie habrá ignorado. Y si a agradar al auditorio aspiras, y que sonando alegres risotadas, él te celebre, cuando tú deliras, del apuro arrojen a las estacadas moros de paja, si el asalto ordenas, y en ellos el gracioso dé lanzadas. Si del todo la pluma desenfrenas, date a la magia, forja encantamientos y salgan los diablillos a docenas. Aquí un palacio vuele por los vientos, allí un vejete se transforme en rana: todo asombro ha de ser, todo portentos. De la historia oriental, griega y romana copiarás los varones celebrados, que el pueblo admitirá de buena gana. Héctor, Ciro, Catón, y los soldados fuertes de Aníbal, con su jefe adusto, todos los pintarás enamorados. Verás qué diversión, verás qué gusto, cuando lloren de Fátima el desvío Tarif, o Muza, o Alcamán robusto. Que ciegos de amoroso desvarío, la llaman en octavas y tercetos: mi bien, mi vida, encanto dulce mío. Tus galanes serán todos discretos, y la dama, no menos bachillera, metáforas derrame y epítetos. ¡Qué gracia, verla hablar como si fuera un doctor in utroque! Ciertamente que esto es un pasmo, es una borrachera. Ni busques lo moral y lo decente para tus dramas, ni tras ello sudes; que allí todo se pasa y se consiente, todo se desfigura: no lo dudes; allí es heroicidad la altanería, y las debilidades son virtudes. Y lo que Poncio alguna vez decía, de que el pudor se ofende y el recato... Pero, ¡qué!, si es aquella su manía. Mil lances ha de haber por un retrato, una banda, una joya, un ramillete; con lo de infiel, traidor, aleve, ingrato. La dama ha de esconder en su retrete a dos o tres galanes rondadores, preciado cada cual de matasiete. Riñen, y salta por los corredores el uno de ellos al jardín vecino; y encuentra allí peligros no menores. El padre oyendo cuchilladas vino, y aunque es un tanto cuanto malicioso; traga el enredo que Chichón previno. Pero un primo frenético y celoso lo vuelve a trabucar, de tal manera, que el viejo está de cólera furioso. Salen todos los yernos allí fuera: la dama escoge el suyo, y la segunda se casa de rondón con un cualquiera. ¡Oh, vena sin igual, rara y fecunda, la que tales primores recopila, y en lances tan recónditos abunda! Esto debes hacer, esto se estila; y váyase Terencio a los orates, con Baquis, Menedemo y Antifila. Que por él, y otros pocos botarates, cobra la osada juventud espanto; y se malogran furibundos vates. Tú, dichoso mortal, prepara en tanto para ser celebérrimo poeta, el numen y las sílabas al canto. La cítara sonante, la trompeta, y la cómica máscara bufona, llena de variedad y chanzoneta, te alzarán a la cumbre de Helicona, donde cercado de las nueve hermanas luces despide el hijo de Latona. Mas cuando con sus manos soberanas de laurel te corone, ten sabido, Fabio, a quien debes el honor que ganas, y agradécelo a mí, que te he instruido. ODA A D. GASPAR DE JOVELLANOS Id en las alas del raudo céfiro, humildes versos, de las floridas vegas que diáfano fecunda el Arlas, adonde lento mi patrio río ve los alcázares de Mantua excelsa. Id, y al ilustre Jovino, tanto de vos amigo, caro a las Musas, para mí siempre numen benévolo, id, rudos versos, y veneradle; que nunca, o rápidas las horas vuelen, o en larga ausencia viva remoto, olvida méritos suyos Inarco. No, que mil veces su nombre presta voz a mi cítara, materia al verso, y al numen tímido llama celeste. Yo le celebro, y al son armónico toda enmudece la selva umbría, por donde el Tajo plácidas ondas vierte, del árbol sacro a Minerva la sien ceñida, flores y pámpanos. Tal vez sus ninfas girando en torno sonora espuma cándida rompen, del cuello apartan las hebras húmidas, y el pecho alzando de formas bellas, conmigo al ínclito varón aplauden, dando a los aires coros alegres, que el eco en grutas repite cóncavas. SONETO LAS MUSAS Sabia Polimnia en razonar sonoro, verdades dicta, disipando errores; mide Urania los cercos superiores de los planetas y el luciente coro. Une en la historia al interés decoro Clío, y Euterpe canta los pastores mudanzas de la suerte y sus rigores, Melpómene feroz, bañada en lloro. Caliope victorias: danzas guía Terpsícore gentil. Erato en rosas cubre las flechas del Amor y el arco. Pinta vicios ridículos Talía, en fábulas que anima, deleitosas; y ésta le inspira al español Inarco. ODA A LOS COLEGIALES DE S. CLEMENTE DE BOLONIA ¿Por qué con falsa risa me preguntáis, amigos, el número de lustros que cumplí? Y en la duda indecisa citáis para testigos, los que huyeron aprisa crespos cabellos que en mi frente vi. Pues no los años fueron los que con mano dura Me los llevaron, ni doliente ardor; parte al afán cedieron que el estudio procura, parte despojos dieron a tus victorias, ceguezuelo Amor. ¿Veis que en mi rostro imprima el tiempo sus pisadas, la lengua turbe, o debilite el pie? ¿Veis que mi espalda oprima? ¿O de brillar cansadas, la actividad reprima de entrambas luces con que siempre hablé? Pues si el ardiente brío, que la edad deteriora con su fuga veloz, existe en mí, ¿no es vano desvarío vuestra demanda ahora? Si alegre canto y río, soy joven fuerte, como joven fui. Lo soy, y vigoroso siento que late y vive, propenso a la virtud, mi corazón; y en placer delicioso afectos mil recibe: movimiento dichoso del alma, si los templa la razón. Tal vez Febo me envía entusiasmo divino, que a la helada vejez repugna dar; y la nueva armonía de idioma peregrino, las náyades que cría el Reno humilde, salen a escuchar. Seguidme, y al umbroso bosque, mansión de Flora, que el templo cerca del Amor, venid. Dadme, dadme oloroso incienso y la sonora cítara, y de frondoso mirto mis sienes cándidas ceñid. Mancebos y doncellas cantan el himno sacro, y la pompa solemne comenzó. ¿Veis que llegaron ellas, y en torno al simulacro esparcen flores bellas, y el coro de los jóvenes siguió? Yo con estos unido presentaré mis dones, cuando postrados ante el ara estén. Del certero Cupido sintieron los arpones... ¡Ay!, que en vano he querido burlar sus tiros, y me hirió también. INSCRIPCIÓN Grabada, según refieren los autores árabes, en el sepulcro de Almanzor, Alhagiba, de Córdoba No existe ya; pero dejó en el orbe tanta memoria de sus altos hechos, que podrás admirado conocerle, cual si le vieras hoy presente y vivo. Tal fue, que nunca en sucesión eterna darán los siglos adalid segundo, que así, venciendo en lides, el temido Imperio de Ismael acrezca y guarde. CÁNTICO LOS PADRES DEL LIMBO CORO ¡Oh! cuánto padece de afanes cercada, merced al engaño de fiero enemigo, en largo castigo la prole de Adán. ¡Oh!, vuelva a nosotros la luz deseada, y dé sus promesas el cielo cumplidas, que ya repetidas en sombras están. VOZ .1ª ¿Cuándo, Señor, la esclavitud y el llanto cesará de Israel? Llegando el día en que aparezca el vencedor, el santo, el que rompa la bárbara cadena que en servidumbre impía lleva tu pueblo. El hombre inobediente perdió de Edén la habitación serena: espada refulgente vibró en sus puertas serafín airado, y a la inocencia sucedió el pecado. Mas no de tus piedades pudo la culpa humana el raudal extinguir, que es infinito; y tú, Señor, el numen poderoso que goza en perdonar. Tu soberana diestra sepulta montes y ciudades, en abismo profundo de universal diluvio proceloso, que de los hombres castigó el delito; pero diste a la tierra Adán segundo, grato admitiste su obediente celo y sus ofrendas puras, y el iris de la paz brilló en el cielo. Si en el Egipto ardiente padece servidumbre la estirpe de Jacob, tú la aseguras en la fuga que intenta portentosa, tú disipas la fiera muchedumbre que la persigue en vano. Abre su centro el mar, y en espumosa tumba sepulta al pertinaz tirano, sus carros y caballos precipita: das a tu pueblo, sin lidiar, victoria, y al estruendo del tímpano sonante himnos te canta de alabanza y gloria. VOZ .2ª Mucho, Señor, hiciste; y prometiste más. Debe la tierra ver un caudillo, en venturoso día, que los furores de discordia y guerra calme, y en alegría de amor y dulce paz domine eterno. Las puertas del Averno cederán a su voz omnipotente; quebrantará las bóvedas oscuras, huyendo el monstruo que se esconde en ellas, abrasada la frente con rayo vengador. El poderoso, el grande, el hijo de David, las puras auras rompiendo, llevará sus huellas adonde el astro de la luz preside, y más allá del sol, acompañado de la turba de justos numerosa, que los caminos de virtud siguieron, y del primer pecado sufren la pena en cárcel pavorosa. CORO Huyan los años en rápido vuelo, goce la tierra durable consuelo, mire a los hombres piadoso el Señor. VOZ .3ª Ven, prometido jefe temido. Ven, y triunfante lleva delante paz y victoria; llene tu gloria de dicha el mundo, llega, segundo Legislador. CORO Huyan los años con rápido vuelo, goce la tierra durable consuelo, mire, a los hombres piadoso el Señor. SONETO JUNIO BRUTO Suena confuso y mísero lamento por la ciudad; corre la plebe al foro, y entre las haces que le dan decoro ve el gran senado en el sublime asiento. Los cónsules allí. Ya el instrumento de Marte llama la atención sonoro; arde el incienso en los altares de oro, y leve el humo se difunde al viento. Valerio alza la diestra: en ese instante al uno y otro joven infelice hiere el lictor, y sus cabezas toma. Mudo terror al vulgo circunstante ocupa. Bruto se levanta y dice: «Gracias, Jove inmortal: ya es libre Roma.» ODA TRADUCCIÓN DE HORACIO Rumbo mejor, Licino, seguirás no engolfándote en la altura, ni aproximando el pino a playa mal segura, por evitar la tempestad oscura. El que la medianía preciosa amó, del techo quebrantado y pobre se desvía como del envidiado alcázar, de oro y pórfidos labrado. Muchas veces el viento árboles altos rompe; levantadas torres, con más violento golpe caen arruinadas; hiere el rayo las cumbres elevadas. No en la dicha confía el varón fuerte; en la aflicción espera más favorable día: Jove la estación fiera del hielo vuelve en grata primavera. Si mal sucede ahora, no siempre mal será. Tal vez no excusa con cítara sonora, Febo, animar la Musa; tal vez el arco por los bosques usa. En la desgracia sabe mostrar al riesgo el corazón valiente; y si el viento tu nave sopla serenamente, la hinchada vela cogerás prudente. EPÍSTOLA A D. Simón Rodríguez Laso, rector del colegio de S. Clemente de Bolonia Laso, el instante que llamamos vida, ¿es poco breve, di, que el hombre deba su fin apresurar? O los que al mundo naturaleza dio males crüeles, ¿tan pocos fueron, que el error disculpe con que aspiramos a crecer la suma? ¿Ves afanarse en modos mil, buscando riquezas, fama, autoridad y honores, la humana multitud ciega y perdida? Oye el lamento universal. Ninguno verás que a la deidad con atrevidos votos no canse, y otra suerte envidie. Todos, desde la choza mal cubierta de rudos troncos, al robusto alcázar de los tiranos donde truena el bronce, infelices se llaman. ¡Ay!, y acaso todos lo son: que de un afecto en otro, de una esperanza, y otra, y mil, creídos; hallan, buscando el bien, fatiga y muerte. Así buscando el navegante asturo la playa austral, que en vano solicita, si ve, muriendo el sol, nube distante, allá dirige las hinchadas lonas. Su error conoce al fin; pero distingue monte de hielo entre la niebla oscura, y a esperar vuelve, y otra vez se engaña; hasta que horrible tempestad le cerca, braman las ondas, y aquilón sañudo el frágil leño en remolinos hunde, o yerto escollo de coral le rompe. La paz del corazón, única y sola delicia del mortal; no la consigue sin que el furor de su ambición reprima, sin que del vicio la coyunda logre intrépido romper. Ni hallarle espere en la estrechez de sórdida pobreza, que las pálidas fiebres acompañan la desesperación y los delitos, ni los metales que a mi rey tributa. Lima opulenta poseyendo. El vulgo vano, sin luz, de la fortuna adora el ídolo engañoso; la prudente moderación es la virtud del sabio. Feliz aquel que en áurea medianía, ambos extremos evitando, abraza ignorada quietud. Ni el bien ajeno su paz turbó, ni de insolente orgullo las iras teme, ni el favor procura; suena en su labio la verdad, detesta al vicio; aunque del orbe el cetro empuñe y envilecida multitud le adore, libre, inocente, oscuro, alegre vive, a nadie superior, de nadie esclavo. ¿Pero cuál frenesí la mente ocupa del hombre, y llena su existencia breve de angustias y dolor? Tú, si en las horas de largo estudio el corazón humano supiste conocer, o en los famosos palacios donde la opulencia habita, la astucia y corrupción; ¿hallaste alguno de los que el aura del favor sustenta, y martiriza áspera sed de imperio, que un placer guste, que una vez descanse? ¡Y cómo burla su esperanza y postra la suerte su ambición! Los sube en alto, para que al suelo con mayor rüina se precipiten. Como en noche oscura centella artificial los aires rompe. La plebe admira el esplendor mentido de su rápida luz; retumba y muere. ¿Ves, adornado con diamantes y oro, de vestiduras séricas cubierto y púrpuras del sur, que arrastra y pisa, al poderoso audaz? ¿La numerosa turba no ves, que le saluda humilde? Ocupando los pórticos sonoros de la fábrica inmensa, que olvidado de morir, ya decrépito, levanta. ¡Ay!, no le envidies; que en su pecho anidan tristes afanes. La brillante pompa, esclavitud magnífica, los humos de adulación servil, las militares puntas que en torno a defenderle asisten, ni los tesoros que avariento oculta, ni cien provincias a su ley sujetas, alivio le darán. Y en vano al sueño invoca en pavorosa y luenga noche; busca reposo en vano, y por las altas bóvedas de marfil vuela el suspiro. ¡Oh, tú, del Arlas vagaroso, humilde orilla, rica de la mies de Ceres, de pámpanos y olivos! ¡Verde prado que pasta mudo el ganadillo errante, áspero monte, opaca selva y fría! ¿Cuándo será que habitador dichoso de cómodo, rural, pequeño albergue, templo de la amistad y de las musas, al cielo grato y a los hombres, vea en deliciosa paz los años míos volar fugaces? Parca mesa, ameno jardín, de frutos abundante y flores, que yo cultivaré, sonoras aguas que de la altura al valle se deslicen, y lentas formen transparente lago a los cisnes de Venus, escondida gruta de musgo y de laurel cubierta, aves canoras, revolando alegres, y libres como yo, rumor süave que en torno zumbe del panal hibleo, y leves auras espirando olores; esto a mi corazón le basta... Y cuando llegue el silencio de la noche eterna, descansaré, sombra feliz, si algunas lágrimas tristes mi sepulcro bañan. INSCRIPCIÓN Para la cortina de un teatro Vicios corrige la vivaz Talía, con risa y canto y máscara engañosa, y el nacional adorno que se viste. Melpómene, la faz majestüosa bañada en lloro, al corazón envía piedad, terror, cuando declama triste. ODA Con motivo de la fiesta secular celebrada en Lendinara (estado veneciano) a honor de la Virgen, Nuestra Señora. Año de 1795. Ya los felices campos que corona profundo el Po, y el Atesis fecunda, oigo sonar con voces de alegría que repiten los ecos. Llena de pueblo, Lendinara humilde, hoy los altares religiosa adorna de la tierna doncella, a cuya planta yace el dragón temido. Mármoles y oro que su templo visten fúlgidos brillan, y a los corvos techos, que el pincel abultó de formas bellas, sube el incienso en humo. Al venerado simulacro en torno votos ofrecen; dulce melodía hiere los aires, y en acordes himnos alto numen adoran. Madre piadosa que el lamento humano calma, y el brazo vengador suspende, cuando al castigo se levanta y tiembla de su amago el Olimpo. Ella su pueblo cariñosa guarda; ella disipa los acerbos males que al mundo cercan, y a su imperio prontos los elementos ceden. Basta su voz a conturbar los senos donde, cercado de tiniebla eterna, reina el tirano aborrecido, origen de la primera culpa. Basta su voz a serenar del hondo mar, que los vientos rápidos agitan, las crespas olas, y romper las nubes donde retumba el trueno. O ya la tierra con rumor confuso suene, y el fuego que su centro oculta haga los montes vacilar, cayendo los alcázares altos. O ya, sus alas sacudiendo negras, el austro aliento venenoso esparza, y a las naciones populosas lleve desolación horrible: Ella invocada, del sublime asiento desde donde a sus pies ve las estrellas, quietud impone al mundo, y los estragos cesan, y huye la muerte. ¡Oh, celebradla! Y el dichoso día, que nos detuvo perezoso el tiempo, de fe, de gratitud, ejemplo sea a los futuros siglos. Y si no es dado que mi lengua alterne en ritmo ausonio y sus elogios cante, ella comprende, aunque de voz carezca, el idioma del alma. Sí, tú me inspira, y en amor divino arda por ti mi corazón, y anhele solo adorarte, como los eternos espíritus te adoran Que nada estorba para serte grato, Virgen hermosa, que en hispano verso rudo, sin arte, humilde te celebre, si religión le dicta. En él te invoca de esperanza llena, mi madre España, que a tu culto santo, hasta el vencido antípoda remoto, aras dedica y templos. SONETO RODRIGO Cesa en la octava noche el ronco estruendo de la sangrienta, militar porfía; el campo godo destrozado ardía con llama, que descubre estrago horrendo. Rodrigo, en tanto, su peligro viendo, por ignorada senda se desvía, y muerto Orelia, entre la sombra fría, herido y débil se acelera huyendo. En vano el Lete con raudal undoso el paso estorba al príncipe, a quien ciega de cadena o suplicio el justo espanto. Surca las aguas. Cede al poderoso ímpetu; espira el infeliz; y entrega el cuerpo al fondo, a la corriente el manto. EPÍSTOLA A D. GASPAR DE JOVELLANOS Sí, la pura amistad, que en dulce nudo nuestras almas unió, durable existe, Jovino ilustre; y ni la ausencia larga, ni la distancia, ni interpuestos montes, y proceloso mar que suena ronco, de mi memoria apartarán tu idea. Duro silencio a mi cariño impuso el son de Marte, que suspende ahora la paz, la dulce paz. Sé que en oscura, deliciosa quietud, contento vives, siempre animado de incansable celo por el público bien, de las virtudes y del talento protector y amigo. Estos que formo de primor desnudos, no castigados de tu docta lima, fáciles versos, la verdad te anuncien de mi constante fe; y el cielo en tanto vuélvame presto la ocasión de verte y renovar en familiar discurso, cuanto a mi vista presentó del orbe la varia escena. De mi patria orilla a las que el Sena turbulento baña, teñido en sangre, del audaz britano dueño del mar, al aterido belga, del Rhin profundo, a las nevadas cumbres del Apenino, y la que en humo ardiente cubre y ceniza a Nápoles canora; pueblos, naciones visité distintas, útil ciencia adquirí, que nunca enseña docta lección en retirada estancia; que allí no ves la diferencia suma que el clima, el culto, la opinión, las artes, las leyes causan. Hallarásla solo, si al hombre estudias en el hombre mismo. Ya el crudo invierno que aumentó las ondas del Tibre, en sus orillas me detiene, de Roma habitador. ¡Fuéseme dado vagar por ella, y de su gloria antigua, contigo examinar los admirables restos que el tiempo, a cuya fuerza nada resiste, quiso perdonar! Alumno tú de las musas y las artes bellas, oráculo veraz de la alma historia; ¡Cuánta doctrina al aflüente labio dieras, y cuántas, inflamado el numen, imágenes sublimes hallarías en los destrozos del mayor imperio! Cayó la gran ciudad que las naciones más belicosas dominó, y con ella acabó el nombre y el valor latino; y la que, osada, desde el Nilo al Betis, sus águilas llevó, prole de Marte, adornando de bárbaros trofeos el Capitolio, conduciendo atados al carro de marfil reyes adustos, entre el sonido de torcidas trompas y el ronco aplauso de los anchos foros, la que dio leyes a la tierra; horrible noche la cubre, pereció. Ni esperes en la que existe descendencia oscura, torpe, abatida, del honor primero, de la antigua virtud hallar señales. Estos desmoronados edificios, informes masas que el arado rompe, circos un tiempo, alcázares, teatros, termas, soberbios arcos y sepulcros donde (fama es común) tal vez se escucha en el silencio de la sombra triste, lamento funeral, la gloria acuerdan del pueblo ilustre de Quirino, y solo esto conserva a las futuras gentes, la señora del mundo, ínclita Roma. ¿Esto y no más, de su poder temido, de sus artes quedó? ¡Qué! ¿No pudieron ni su virtud, ni su saber, ni unida tanta opulencia, mitigar del hado la ley tremenda o dilatar el golpe? ¡Ay!, si todo es mortal, si al tiempo ceden como la débil flor los fuertes muros, si los bronces y pórfidos quebranta, y los destruye, y los sepulta en polvo; ¿para quién guarda su tesoro intacto el avaro infeliz? ¿A quién promete nombre inmortal la adulación traidora, que la violencia ensalza y los delitos? ¿Por qué a la tumba presurosa corre la humana estirpe, vengativa, airada, envidiosa...? ¿De qué? Si cuanto existe, y cuanto el hombre ve, todo es rüinas. Todo, que a no volver huyen las horas precipitadas, y a su fin conducen de los altos imperios de la tierra el caduco esplendor. Solo el oculto numen, que anima el universo, eterno vive, y él solo es poderoso y grande. SONETO CUENTAS DE ELIODORA, SALTATRIZ Siete duros al mes de peluquero; para calzarme, nueve; las criadas, que necesito dos, no están pagadas, si no les doy cien reales en dinero. Diez duros al bribón de mi casero; telas, plumas, caireles, arracadas, blondas, medias; hechuras y puntadas de madama Burlet, y del platero. Noventa duros, poco más. -Noventa, diez, siete, nueve, cinco... ¿Y la comida? -Yo la quiero pagar, y somos cuatro. -¿Y esto en un mes? -Si a usted no le contenta... -Sí, calla. -Bien. -¡Hermosa de mi vida!... ¡Ay! del que tiene amor en el teatro! CANTO EN LENGUAJE Y VERSO ANTIGUO Al Príncipe de la Paz A vos el apuesto complido garzón asmándovos grato la péñola mía, vos faz omildosa la su cortesía con metros polidos vulgares en son; ca non era suyo latino sermón trovar, e con ese decirvos loores, calonges e prestes, que son sabidores, la parla vos fablen de Tulio y Marón. Por ende, si tanto la suerte me da, maguer que vos diga roman paladino, fiducia me viene que lueñe e vecino la gen acuciosa mi carta verá; e vuesas faciendas que luego dirá gravedosa estoria por modo sotil, serán de Castilla mil eras e mil membranza placiente que non finirá. E tanto merece falagos e amor aquel que alegroso nos dio bienandanza, e al común conorte la mucha amistanza ovo de Don Carlos, el nueso señor. Sepades, le dijo, buen alcanzador que en todo el mi regno vos fago imperante a tal que del sceptro dorado, pesante, la grave fadiga semeje menor. Catad que mis fijos demandan de mí de ser aducidos en sancta equidad; a non acuitallos las mientes parad, en algos abonden e pan otrosí; e cuando mis tierras (que tal non creí) mesnadas de allende osaren correr, faced a los amos punar e vencer, ca siempre ganosos de liza los vi. E ved non fallezcan a tal ocasión lorigas, paveses, e todo lo al, e mucho trotero ardido e leal de los más preciados que en Córdoba son, e fustas, con luengo ferrado espolón, guarnidas de tiros que lancen pelotas: non cuide aviltarnos, mandando sus flotas al nueso lindero, la escura Albión. E guay, non aduzga mintrosa la paz al valor nativo dañinos placeres, nin seyan sofridos los vanos saberes que al mundo mancillas le dieron asaz; allí do pregonan olganza e solaz, allí rudo vulgo e sandio declina, divaga sañoso, virtud abomina; que tanto en él vale locuela sagaz. Empero non yaga de error circuido; la sciencia le amuestre su puro claror, non cure atristado ventura mayor, en buen regimiento guardado e punido; ansi el caballero ruando lucido, acucia o detiene la alfana que monta, e parte, al agudo estímulo pronta, o párase dócil el freno sentido. A tal platicaba la su señoría, e cedo el magnate respuso a Don Rey: non fuera nascido de alcuña de ley se al vueso talante non obedescía. Solene omenaje falto e pleitesía, (e dijol tomando la cruz del espada) que finque la vuesa merced acatada, e España recabde su prez e valía. De entonce colmalla de bienes cuidó: la paz se posara a su lado yocunda, la cuita fenesce, de frutos abunda el suelo que en sangre la guerra alagó, la su dulcedumbre temores quitó del home entorpido que yaz en tristura, e quisto de buenos la su derechura le fiz, e al inico sañoso aterró. E vímosle a guisa de diestro adalid, faciendo reseña la hueste real, mandar sus hileras, e a son de atabal poner a los ojos la marcha e la lid; ansí de los muros miró de Madrid la plebe agarena venir a cercalla, desnuda tizona, en tren de batalla, al bravo cabdillo que digeron Cid. ¡Oh, fuérale dado seguir el pendón que bordan castillos, cruces e leones, romper azañoso por los escuadrones bárbaros, de sangre teñido el trotón! Tímidos fuyeran jinete e peón, en llama apurando sus tiendas caídas e a la funérea matanza e feridas, cuidaran que fuese Jacobo el patrón. Devélalo empero la pro comunal, e del alto alcázar do tiene su silla. Segundo en potencia le acata Castilla; sotil palaciano, sirviente leal: largosa, por ende, la mano real quisiera abastalle de dones subidos; cual nunca de alguno non fueron habidos, siquier home bueno, siquier principal. E ved de cual arte ser quito pensó el rey, que sesudo catara sus fechos: ayúntale dende con nudos estrechos al mesmo avolorio de donde nasció; e luego e si voceros mandó que cedo a la rica Toledo se vayan, e aquesa manceba garrida le trayan, fija del Infante que Dios perdonó. La flor de lindeza, donaire e mesura, en ella se adunan, la bien paresciente: de rojos corales su boca riente, sobrando a la nieve su tez en albura, la luz de sus ojos espléndida e pura, la voz falagosa, gentil su ademán; Florinda, la causa del nueso desmán, non ovo tal gesto, nin tal apostura. ¡Oh!, vivan entramos en plácida unión, no nunca empescida de fado siniestro, seyendo en el silo criminoso nuestro de virtud ecelsa dechado e blasón la fama, do quiera, con alto pregón, su prole ventura perínclita cante, e aquisten ilustre memoria durante su nome, sus fechos, su clara nación. EPIGRAMA A UN NIÑO LLORANDO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE Traducción del inglés Tú que gimes doliente, bañando en lloro de tu madre el seno, mientras que todo en torno es alegrías; ¡Oh!, vive a la virtud, niño inocente porque al venir la noche eterna, lleno lo dejes todo de dolor vehemente, y tú contento rías. EPÍSTOLA A LA MARQUESA DE VILLAFRANCA Con motivo del nacimiento de su hijo primogénito, Conde de Niebla Faltó mi anuncio, y generoso el cielo, más que yo pude prevenir, destina felicidades a tu casa ilustre, cuando de tu cariño el digno fruto, señora, al mundo das. Juzgué que vieras tu sexo y gracias repetirse, y toda tu hermosura gentil, en la querida prenda que ya dulce te mira y ríe. ¡Oh, vana predicción! Mayor cuidado merece al Numen que sustenta el orbe de los Toledos la prosapia excelsa premios más altos la virtud merece, el tierno y casto amor, la no manchada pureza conyugal. Mira cumplidos los votos ya de tu feliz esposo, y los tuyos también, y los de tantos pueblos que en ti ven su señora y madre. Ése que duermes en ebúrnea cuna pequeño infante, es un Guzmán; de aquella estirpe clara sucesor que un día fue de la patria impenetrable escudo, y en su defensa derramó inflexible la propia sangre. De Tarifa el alto muro, sitiado de agarenas huestes, supo guardar su generoso abuelo. Vio de cadenas sin piedad ceñido el joven infeliz, oyó sus voces, y el ruego y llanto de doliente esposa, y supo ser leal. Le ofrece el moro pactos indignos, y amenaza el cuello del inocente, si Guzmán resiste; él se desciñe la temida espada, la tira al campo y, si no quieres, dijo la tuya ensangrentar, ésa es la mía. ¡Oh constancia! ¡Oh valor! Vive precioso niño, y el claro ejemplo que los tuyos te dan imita. Vive, si de tanta ilustre acción te ha de inflamar la gloria. Que ya del vicio y corrupción infame harto el estrago se difunde y crece. La disciplina militar, el celo por el público bien, costumbres puras faltaron... Vive, que la patria nuestra, honor, virtud, Guzmanes necesita. ROMANCE MÁS VALE CALLAR ¿Qué será que habiendo sido la Musa que tanto honráis, en obedeceros pronta, con sumisa voluntad, hoy tan perezosa esté, que no me quiere inspirar los versos que me pedís, si cuando pedís, mandáis? ¿Acaso pudo el deseo de complaceros faltar, o acabaron los calores con su vena perenal? ¿O, fatigada tal vez, de traducir y firmar, tiempo la falta y humor para ser original? Y en tanto, a mí se me acusa de indolente y holgazán; ella se abanica y ríe, yo me apuro, y vos instáis. ¿Qué la cuesta en libres versos maldecir y murmurar, sátiras dictando alegres, llenas de pimienta y sal? ¿Acaso la edad presente tan corta materia da? ¿Tan leves son nuestros vicios? ¿Tan pocas locuras hay? Si la mandaran fingir, y con astucia falaz, aplaudir los desaciertos, los delitos adorar Yo el primero disculpara su silencio pertinaz, que es mejor, cuando el asunto, obliga a mentir, callar; Pero si queréis que sólo dicte sátira mordaz: ¿No es decirla claramente, musa, dinos la verdad? ¿Pues por qué de la ocasión no se debe aprovechar, y dar una felpa a tanto literato charlatán? Tantos eruditos hueros, curo talento venal nos da en menudos las ciencias, que no supieron jamás. Tanto insípido hablador, tanto traductor audaz, novelistas indecentes, políticos de desván. Disertadores eternos de virtud y de moral, que por no tenerla en casa la venden a los demás. ¿Y por qué tantos copleros, que en su discorde cantar ranas parecen, que habitan cenagoso charquetal; ha de tolerar mi Musa que metrifiquen en paz, y se metan a escribir por no querer estudiar? ¿Ella no fue la que un día dio lección tan magistral, (haciendo el ancho teatro púlpito de la verdad) que a todo autorcilloso astroso lleno de terrible afán; creyendo cercano el punto de su exterminio final? ¡Oh!, estúpidos, escribid, imprimid, representad, que el siglo de la ignorancia largos años durará. Y mientras al rudo vulgo embobéis y corrompáis, con farsas, que Apolo al verlas, padece gota coral, ni faltará quien os dé para vestir y mascar, ni habrá un cristiano que os diga: vencejos, no chilléis más. Seguid, y lluevan abates, moros, pillos de arrabal, arrieros, trongas y diablos, con su rabillo detrás. Y si el público se hastía de ver tanta necedad; váyase a dormir tres horas a los Caños del Peral. Pero, señor, si la Musa se llega a determinar, se anima y os obedece, y tras todos ellos da, y en justa sátira y docta los tonos quiere imitar, del siempre festivo Horacio, o el cáustico Juvenal. ¿No será de tanto monstruo las cóleras provocar, y exponer a mil estragos su decoro virginal? ¿No veis que yace el Parnaso en triste cautividad, y en él bárbaras catervas atrincheradas están? No señor, pues siempre ha sido para vos fina y leal mi pobre musa, y os debe lo que no os puede pagar; no la mandéis que de tanto necio se burle jamás, ni les riña en castellano, porque no la entenderán. Sátiras no, que producen odio y encono mortal; y entre los tontos, padece martirio la ingenuidad. ODA TRADUCCIÓN DE HORACIO El que inocente la vida pasa no necesita morisca lanza, fusco, ni corvos arcos, ni aljaba llena de flechas envenenadas; o a las regiones que Hidaspe baña o por las Sirtes muy abrasadas, o por el yermo Cáucaso vaya. Yo la sabina selva cruzaba, cantando amores a mi adorada Lálage, libre de afán el alma, por muy remoto sitio, sin armas; y un lobo fiero me ve y se aparta. Monstruo igual suyo no tiene Daunia, en montes llenos de encinas altas, ni los desiertos de Mauritania, donde leones y tigres braman. Ponme en los yertos campos, do el aura no goza estiva ninguna planta; lado del mundo, región helada que infestan vientos y nubes pardas, o en la que al rayo del sol cercana, de habitaciones carece y aguas; Lálage siempre será mi amada: dulce si ríe, dulce si canta. SONETO LA NOCHE DE MONTIEL ¿Adónde, adónde está, dice el Infante, ese feroz tirano de Castilla? Pedro, al verle, desnuda la cuchilla, y se presenta a su rival delante. Cierra con él, y en lucha vacilante le postra, y pone al pecho la rodilla; Beltrán (aunque sus glorias amancilla) trueca a los hados el temido instante. Herido el rey por la fraterna mano, joven expira con horrenda muerte, y el trono y los rencores abandona. No aguarde premios en el mundo vano la inocente virtud, si da la suerte por un delito atroz, una corona. EPÍSTOLA PRÍNCIPE DE LA PAZ Dedicándole la comedia de La Mogigata Esta que me inspiró fácil Talía moral ficción, y aguarda numeroso pueblo que ocupe la española escena, voz adquiriendo, movimiento y formas, hoy te presento con afecto puro de gratitud y amor, que en vano aspiro por otra senda a la difícil cumbre subir del Pindo, en vano, y muchas veces lloré burlado el atrevido intento. ¡Cuántas, pulsando las aonias cuerdas, quise prendar con números süaves la esquiva hermosa, que en silencio adoro, y la voz imitar y la armonía! Que un tiempo el eco en la floresta verde repitió del Zurguén! Quise, animado de más sublime ardor, sonando Clío la trompa que marcial ira difunde, de España celebrar los altos triunfos. Del cuello altivo sacudiendo rota la bárbara coyunda en las arenas de Libia ardiente, el vencedor vencido; Numancia satisfecha en el estrago de la soberbia Roma, abandonada al espantoso militar desorden; dueño Cortés del estandarte de oro en los valles de Otumba, y a sus plantas el cetro occidental. Pero ofendida culpó mi error la musa de Menandro, y la cítara y flautas pastoriles quitome airada, y el clarín de Marte. Sigue, me dijo, por el rumbo solo que te indica mi voz, si honor procuras que a pesar del silencio de la muerte haga tu nombre eterno. Yo amorosa una y mil veces en tu labio infante dulce beso imprimí, y al repetido, celeste arrullo que entoné, dormías. Tú mi delicia y mi cuidado fuiste, y en ti los que vertió propicios dones naturaleza, cultivar me plugo. Ya con festiva aclamación sonando la patria escena, en su alabanza justa tu gloria afirma. Sigue, y en la cumbre del sagrado Helicón, que Cintio baña con su luz inmortal, las Musas bellas de yedra y lauros te darán corona. No te ofenda, señor, si tan humilde tributo te consagro; ¿y cuál sería de la grandeza de tu nombre digno? Limitado es el don, rico el deseo; y no bastando a más la vena estéril, cuanto puedo te doy. Así, postrado ante las aras que levanta rudas, suele el cultor acumular los frutos sencillos de su campo, y los ofrece al alto numen tutelar que adora, y aromas vierte agradecido y flores. EPIGRAMA A un escritor desventurado, cuyo libro nadie quiso comprar En un cartelón leí, que tu obrilla baladí La vende Navamorcuende... No has de decir que la vende; sino que la tiene allí. EPÍSTOLA EL COCHE EN VENTA Quiero contarte que Don Miguel, aquel pesado que viste ayer, me está moliendo mas ha de un mes, sin ser posible zafarme de él, para que compre (mal haya, amén) sus dos candongas y su cupé. Esta mañana salí a las diez a ver a Clori (no lo acerté) horas menguadas debe de haber. Íbame aprisa hacia la Red y en una esquina me le encontré. Fueron sin duda cosa de ver las artimañas, la pesadez, los argumentos que toleré, el martilleo de somatén, y las mentiras de tres en tres. -Y, no hay remedio, ello ha de ser porque, amiguito, mirado bien sale de balde. Parece inglés: la caja es cosa digna de un rey, ¡qué bien colgada! ¡Qué solidez! Otra más cuca no la veréis. Pues ¿y las mulas? Yo las compré muy bien pagadas en Aranjuez, y a los dos meses llegó a ofrecer el marquesito de Mirabel, (sobre la suma que yo solté) catorce duros para beber, a un chalán cojo aragonés, que vive al lado de la Merced. Son dos alhajas no hay que tener, fuertes, seguras, de buena ley. Con que Domingo puede a las seis ir a mi casa: yo os dejaré las señas... Pero... ¿Tenéis papel? -No tengo nada, ni es menester: dejadme vivo sayón cruel. Si ya os he dicho que no gastéis saliva y tiempo. Si no ha de ser. Si por no hallaros segunda vez, solo, sin capa, me fuera a pie, hasta la turca Jerusalén. -¿Y te parece que le ahuyenté? Nunca un pelmazo llega a entender, lo que no cuadra con su interés. Quise cansarle; me equivoqué. Sigo mi trote, sigue también, suelto de lengua, ágil de pies; siempre a la oreja como un lebrel. Lloviendo estaba y a buen llover, calles y plazas atravesé, charcos, arroyos... Voy a torcer por la bajada de San Ginés, hallo un entierro de mucho tren; muerto y parientes atropellé. Él, por seguirme, dio tal vaivén a un Reculillo, que sin poder valerse, al suelo cayó con él. Tanta del fraile la rabia fue, tal cachetina siguió después; que malferido, zurrado bien, allí entre el lodo me le dejé. SONETO A CLORI, HISTRIONISA, EN COCHE SIMÓN Ésa que veis llegar máquina lenta, de fatigados brutos arrastrada, que en vano de rigor la diestra armada vinoso auriga acelerar intenta, no menos va dichosa y opulenta, que la de cisnes cándidos tirada concha de Venus, cuando en la morada celeste al padre ufana se presenta. Clori es esta; mirad las poderosas luces, el seno de alabastro, el breve labio que aromas del oriente espira. Flores al viento esparcen las hermosas gracias, y el virgen coro de las nueve y entorno de ella Amor vuela y suspira. ROMANCE A GERONCIO Cosas pretenden de mí, bien opuestas en verdad, mi médico, mis amigos, y los que me quieren mal. Dice el doctor: señor mío, si usted ha de pelechar, conviene mudar de vida; que la que lleva es fatal. Débiles los nervios, débil estómago y vientre está. ¿Pues qué piensa que resulte de tanta debilidad? Si come no hay digestión, si ayuna crece su mal, a la obstrucción sigue el flato, y al tiritón el sudar; vida nueva, que si en esta dura dos meses no más, las seis facultades juntas no le han de saber curar. No traduzca, no interprete, no escriba versos jamás; frailes y musas le tienen hecho un trasgo de hospital; y esos papeles y libros, que tan mal humor le dan, tírelos al pozo, y vayan Plauto y Moreto detrás. Salga de Madrid, no esté metido en su mechinal, ni espere a que le derrita el ardor canicular: la distracción, la alegría rústica le curarán; mucho burro, muchos baños, y mucho no trabajar. En tanto que esta sentencia fulmina la facultad, mis amigos me las mullen en junta particular. Dicen: ¡Oh, si Moratín no fuese tan haragán, si de su modorra eterna quisiera resucitar! Él ha sabido adquirir la estimación general, aplauso y envidia excita cuanto llega a publicar. Le murmuran; pero nadie camina por donde él va, nadie acierta con aquella difícil facilidad; y si él quisiera escribir tres cuadernillos, no más, ¿la caterva de pedantes adónde fuera a parar? ¿Qué se hiciera tanto insulso compilador ganapán, que de francés en gabacho traducen el pliego a real? ¿Tanto hablador, que a su arbitrio méritos rebaja y da, tiranizando las tiendas de Pérez y Mayoral? No señor, quien ha tenido la culpa de este desmán, si escuchara un buen consejo, lo pudiera remediar. Tomasen la providencia de meterle en un zaguán, con su candil, su tintero, pluma y papel, y cerrar; allí, con ración escasa de queso, agua fresca y pan, escribiese cada día lo que fuera regular. ¿Emporcaste un pliego? Lindo, almuerza y vuelve al telar; come, si llenaste cuatro, cena, si acabase ya. ¿Quieres tocino? Veamos si está corregido el plan. ¿Quieres pesetas?, pues daca el Drama sentimental. Por cada escena, dos duros y un panecillo te dan, por cada Pequeña pieza un Vale dinero, y más. Y de este modo, en un año, pudiéramos aumentar, de los cómicos hambrientos el exprimido caudal. Esto dicen mis amigos, (reniego de su amistad); mi suegro, si le tuviera, no dijera cosa igual. Esto dicen, y en un corro, siete varas más allá, Don Mauricio, Don Senén, Don Cristóbal, Don Beltrán, y otros quince literatos que infestan la capital, presumidos, ya se entiende, doctos, a no poder más, dicen: Moratín cayó, bien le pueden olear, no chista ni se rebulle, ya nos ha dejado en paz. Su Barón no vale nada, no hay enredo allí, ni sal, ni caracteres, ni versos, ni lenguaje, ni... Es verdad, dice Don Tiburcio; ayer me aseguró Don Cleofás, en casa de la condesa viuda de Madagascar, que es traducción muy mal hecha de un drama antiguo alemán... -Sí, traducción, traducción, chillan todos a la par, traducción... ¿Pues él por dónde ha de saber inventar? No señor, es traducción. Si él no tiene habilidad, si él no sabe, si él no ha sido de nuestro corro jamás, si nunca nos ha traído sus piezas a examinar; ¿qué ha de saber? -¡Pobre diablo! Exclama Don Bonifaz; si yo quisiera decir lo que... pero bueno está. -¡Oiga!, ¿pues qué ha sido? Vaya, díganos usted. -No tal. No. Yo le estimo, y no quiero que por mí le falte el pan. Yo soy muy sensible: soy filósofo, y tengo ya escritos catorce tomos que tratan de humanidad, beneficencia, suaves vínculos de afecto y paz; todo almíbares, y todo deliquios de amor social; pero es cierto que... si ustedes me prometieran callar, yo les contara. -Sí, diga usted, nadie lo sabrá, diga usted. -Pues bien, el caso es que ese cisne inmortal, ese dramático insigne, ni es autor, ni lo será; no sabe escribir, no sabe siquiera deletrear; imprime lo que no es suyo, todo es hurtado, y... ¿qué más? Sus comedias celebradas, que tanta guerra nos dan, son obra de un religioso de aquí de la Soledad. Dióselas para leerlas, (nunca el fraile hiciera tal), no se las quiso volver, muriose el fraile, y andar... Digo, ¿me explico? -En efecto, grita la turba mordaz, son del fraile. Ratería, hurto, robo, claro está. Geroncio, mira si puede haber confusión igual; ni sé qué hacer, ni confío en lo que hiciere acertar. Si he de seguir los consejos que mi curador me da, si he de vivir, no conviene que pida a mis nervios más. Confundir a tanto necio vocinglero pertinaz, que en la cartilla del gusto no pasó del cristus, a componer obras, que piden estudio, tranquilidad, robustez, y el corazón libre de todo pesar; no es empresa para mí. Tú, Geroncio, tú me das consejo. ¿Cómo supiste imponer, aturrullar, y adquirir fama de docto, sin hacer nada jamás? Tú, maldito de las musas, que lleno de gravedad, de todo lo que no entiendes te pones a disertar. ¿Cómo sin abrir un libro, por esas calles te vas, haciéndote el corifeo de los grajos del lugar? Y con ellos tragas, brindas y engordas como un bajá, y duermes tranquilo, y nadie sospecha tu necedad. Dime si podré adquirir ese don particular, dame una lección siquiera de impostor y charlatán, y verás cómo al instante hago con todos la paz, y olvido lo que aprendí, para lucir y medrar. EPIGRAMA IRREVOCABLE DESTINO DE UN AUTOR SILBADO Cayó a silbidos mi Filomena. -Solemne tunda llevaste ayer. -Cuando se imprima verán que es buena. -¿Y qué cristiano la ha de leer? INSCRIPCIÓN PARA EL SEPULCRO DE D. FRANCISCO GREGORIO DE SALAS En esta venerada tumba, humilde, yace Salicio; el ánima celeste, roto el nudo mortal, descansa y goza eterno galardón. Vivió en la tierra pastor sencillo, de ambición remoto, al trato fácil y a la honesta risa, y del pudor y la inocencia amigo. Ni envidia conoció, ni orgullo insano, su corazón, como su lengua puro. Amaba la virtud, amó las selvas. Diole su plectro, y de olorosas flores guirnalda le ciñó, la que preside al canto pastoril, divina Euterpe. SONETO A CLORI, DECLAMANDO EN FÁBULA TRÁGICA ¿Qué acecho de dolor el alma vino a herir? ¿Qué funeral adorno es éste? ¿Qué hay en el orbe que a tus luces cueste el llanto que las turba cristalino? ¿Pudo esfuerzo mortal, pudo el destino así ofender su espíritu celeste?... ¿O es todo engaño, y quiere Amor que preste a su labio y su acción poder divino? Quiere que exenta del pesar que inspira, silencio imponga al vulgo clamoroso, y dócil a su voz se angustie y llore. Que el tierno amante que la atiende y mira, entre el aplauso y el temor dudoso, tan alta perfección absorto adore. EPIGRAMA A LESBIA, MODISTA Lesbia, tú que a las bonitas añadir adornos puedes; como a todas las excedes, de ninguno necesitas. EPÍSTOLA AL PRÍNCIPE DE LA PAZ Buscando alivio a mi salud endeble, me vine a guarecer en la aspereza de estos peñascos, del ardor estivo que hoy enciende a Madrid. Quietud, silencio, paz en el alma, soledad quería, frescura y sombras. Encerré con llave los doctos libros, que el talento ilustran, y el vigor al estómago destruyen. Holgar quise y vivir; y apenas llego a las orillas que fecunda el Arlas, coronada la sien de humildes juncos, inesperada pesadumbre altera mis honrados propósitos. ¿Adónde sabré ocultarme, si habitando ahora rústico albergue, defendido en torno de precipicios y fragosas cumbres, aquí me induce a traducir mi estrella? Pero en vano será. Como sucede una vez y otras muchas al cuitado que no tiene comercio, hacienda, casa, ni oficio, ni pensión, ni renta, y vive tranquilo; en tanto que la numerosa turba a quien debe el aire que respira, se afana en perseguirle. El escribano le cita, el alguacil le acecha y busca, manda Marquina que sus deudas pague, y no las paga; al soberano acuden, manda que pague, y su pobreza extrema privilegio le da seguro y cierto de no pagar jamás. Yo, así fiado de la ignorancia que padezco y lloro, venerando el precepto que me impone mi generoso protector; me eximo de obedecerle. Si entender pudiese lengua que no aprendí, traduciría en culta frase de León y Herrera los garabatos que del norte frío vienen al Tajo mendigando ahora glosa y comentador. O si aspirase a conseguir, sin merecerle, el nombre de polígloto y helenista insigne amigos tengo, y con ajenas plumas me presentara intrépido y soberbio, y la alquilada erudición pudiera valerme aplauso entre la plebe osada de los pedantes, cuya ciencia es solo mentir doctrina, aparentar estudios. Nunca, señor, de la impostura el arte supe adquirir. Mucho talento anuncia, mucha constancia y dirección prudente, el acercarse de Minerva al templo. La vida es breve, el límite se ignora que debió a su Hacedor la siempre varia, robusta en producir naturaleza. Las artes que la imitan, aspirando a conseguir la perfección, desisten a su vista confusas y cobardes del atrevido intento. Un primor solo, una sola verdad, a sus alumnos cuesta prolijo afán, y aquel que logra adelantarse en la difícil vía, a los que siguen con incierta planta el mismo generoso intento adquiere ilustre honor que en las edades vive. Sabio le llama el mundo, porque en una ciencia alcanzó lo que anhelaron muchos, no porque en ella al término llegase, que inaccesible de los hombres huye. Solo el pedante vocinglero, hinchado de vanidad y ponzoñosa envidia, todo lo sabe. En el café gobierna los imperios del orbe, y mientras bebe diez copas de licor, sorprehende, asalta, gana de Gibraltar el puerto y muro. Consultadle, señor, veréis qué pronto cubriendo el mar de naves españolas, sin fatiga, sin gasto, a Irlanda ocupa, y los tesoros de Jamaica os pone en la calle Mayor. ¿Queréis oírle por tres horas no más? Latín, tudesco, árabe, griego, mejicano y chino, cuantos idiomas hay, cuantos pudiera haber, los sabe. Erudición, historia, náutica, esgrima, metalurgia y leyes: en todo es superior, único y solo. Poco estima a Mozart; nota con ceño que Cimarosa en tal o tal motivo no estuvo muy feliz. Habla y decide en materia de escorzos y contrastes, tonos de luz, degradación de tintas, pliegues y grupos. Convulsión padece con el silabizar de Garcilaso, ¡tan delicado tímpano es el suyo! Las faltas ve de propiedad y estilo en que se deslizó la mal tajada péñola de Cervantes... ¡Vive insigne honor y gloria de la edad presente, para instrucción común! ¡Esplendorosa lámpara no te apagues! Yo, que admiro la vasta enciclopédica doctrina, que ostentas en banquetes clamorosos, no te la sé envidiar; y si consigo que alguna vez mi rudo verso escuche aquel que alivia el grave peso a Carlos en la dominación de tanto imperio, a más no aspira mi talento humilde. EPIGRAMA A LESBIA, MODISTA En la gala y compostura que a nuestras jóvenes das, Lesbia, tu invención se apura; si las dieras tu hermosura, nunca te pidieran más. ODA LOS DÍAS ¡No es completa desgracia, que por ser hoy mis días, he de verme sitiado de incómodas visitas! Cierra la puerta, mozo, que sube la vecina, su cuñada y sus yernos por la escalera arriba. Pero, ¡qué!... No la cierres, si es menester abrirla; si ya vienen chillando doña Tecla y sus hijas. El coche que ha parado, según lo que rechina, es el de don Venancio, ¡famoso petardista! ¡Oh! Ya está aquí don Lucas haciendo cortesías, y don Mauro el abate, opositor a mitras. Don Genaro, don Zoylo, y doña Basilisa; con una lechigada de niños y de niñas. ¡Qué necios cumplimientos! ¡Qué frases repetidas! Al monte de Torozos me fuera por no oírlas. Ya todos se preparan (y no bastan las sillas) a engullirme bizcochos, y dulces y bebidas. Llénanse de mujeres comedor y cocina, y de los molinillos no cesa la armonía. Ellas haciendo dengues, allí y aquí pellizcan; todo lo gulusmean, y todo las fastidia. Ellos, los hombronazos, piden a toda prisa del rancio de Canarias, de Jerez y Montilla. Una, dos, tres botellas, cinco, nueve se chiflan. ¿Pues, señor, hay paciencia para tal picardía? ¿Es esto ser amigos? ¿Así el amor se explica? ¿Dejando mi despensa asolada y vacía? Y en tanto los chiquillos, canalla descreída, me aturden con sus golpes, llantos y chilladiza. El uno acosa al gato debajo de las sillas; el otro se echa a cuestas un cangilón de almíbar. Y al otro, que jugaba detrás de las cortinas, un ojo y las narices le aplastó la varilla. Ya mi bastón les sirve de caballito, y brincan; mi peluca y mis guantes al pozo me los tiran. Mis libros no parecen, que todos me los pillan, y al patio se los llevan para hacer torrecitas. ¡Demonios! Yo que paso la solitaria vida, en virginal ayuno abstinente eremita. Yo, que del matrimonio renuncié las delicias, por no verme comido de tales sabandijas. ¿He de sufrir ahora esta algazara y trisca? Vamos, que mi paciencia no ha de ser infinita. Váyanse enhoramala; salgan todos aprisa; recojan abanicos, sombreros y basquiñas. Gracias por el obsequio y la cordial visita; gracias, pero no vuelvan jamás a repetirla. Y pues ya merendaron, que es a lo que venían, si quieren baile, vayan al soto de la villa. EPÍSTOLA EL FILOSOFASTRO Ayer Don Ermeguncio, aquel pedante locuaz, declamador, a verme vino en punto de las diez. Si de él te acuerdas, sabrás que no tan solo es importuno, presumido, embrollón, sino que a tantas gracias añade la de ser goloso, más que el perro de Filis. No te puedo decir con cuántas indirectas frases, tropos elegantes y floridos, me pidió de almorzar. Cedí al encanto de su elocuencia, y vieras conducida del rústico gallego que me sirve, ancha bandeja con tazón chinesco rebosando de hirviente chocolate (ración cumplida para tres prelados benedictinos), y en cristal luciente agua que serenó barro de Andújar, tierno y sabroso pan, mucha abundancia de leves tortas y bizcochos duros, que toda absorben la poción süave de Soconusco, y su dureza pierden. No con tanto placer el lobo hambriento mira la enferma res, que en solitario bosque perdió el pastor; como el ayuno huésped el don que le presento opimo. Antes de comenzar el gran destrozo, altos elogios hizo del fragante aroma que la taza despedía, del esponjoso pan, de los dorados bollos, del plato, del mantel, del agua; y empieza a devorar. Mas no presumas que por eso calló; diserta y come, engulle y grita, fatigando a un tiempo estómago y pulmón. ¡Qué cosas dijo! ¡Cuánta doctrina acumuló, citando vengan al caso o no, godos y etruscos! Al fin, en ronca voz: ¡Oh, edad nefanda, vicios abominables! ¡Oh, costumbres! ¡Oh, corrupción! Exclama; y de camino dos tortas se tragó. ¡Que a tanto llegue nuestra depravación, y un placer solo, tantos afanes y dolor produzca a la oprimida humanidad! Por este sorbo llenamos de miseria y luto la América infeliz, por él Europa, la culta Europa, en el oriente usurpa vastas regiones; porque puso en ellas naturaleza el cinamomo ardiente; y para que más grato el gusto adule este licor, en duros eslabones hace gemir al atezado pueblo, que en África compró, simple y desnudo. ¡Oh! ¡Qué abominación! Dijo, y llorando lágrimas de dolor, se echó de un golpe cuanto en el hondo cangilón quedaba. Claudio, si tú no lloras, pues la risa llanto causa también, de mármol eres; que es mucha erudición, celo muy puro, mucho prurito de censura estoica el de mi huésped; y este celo, y esta comezón docta, es general locura del filosofador siglo presente. Más difíciles somos y atrevidos que nuestros padres, más innovadores, pero mejores no. Mucha doctrina, poca virtud. No hay picarón tramposo, venal, entremetido, disoluto, infame delator, amigo falso, que ya no ejerza autoridad censoria en la Puerta del Sol, y allí gobierne los estados del mundo; las costumbres, los ritos y las leyes mude y quite. Próculo, que se viste y calza y come de calumniar y de mentir, publica centones de moral. Nevio, que puso pleito a su madre y la encerró por loca, dice que ya la autoridad paterna ni apoyos tiene ni vigor, y nace la corrupción de aquí. Zenón, que trata de no pagar a su pupila el dote, habiéndola comido el patrimonio que en su mano rapaz la ley le entrega, dice que no hay justicia, y se conduele de que la probidad es nombre vano. Rufino, que vendió por precio infame las gracias de su esposa, solicita una insignia de honor. Camilo apunta cien onzas, mil, a la mayor de espadas, en ilustres garitos disipando la sangre de sus pueblos infelices; y habla de patriotismo... Claudio, todos predican ya virtud, como el hambriento don Ermeguncio cuando sorbe y llora... Dichoso aquel, que la practica y calla. EPIGRAMA A UN COMERCIANTE QUE PUSO EN SU CASA UNA ESTATUA DE MERCURIO Si al decorar tus salones, Fanio, a Mercurio prefieres, tienes a fe mil razones: que es dios de los mercaderes, y también de los ladrones. EPÍSTOLA A UN MINISTRO SOBRE LA UTILIDAD DE LA HISTORIA Ya el invierno de nubes coronado, detuvo en hielos su corriente al río: brama el Boreas. Felices campos, adiós, y tú, valle sombrío, a los placeres del amor sagrado, Venus hoy te abandona y los amores, y el sol, cercano al capricornio frío, de la noche los términos dilata. No toleremos, no, que voladora así pase la edad, si los mejores instantes que arrebata, negamos del estudio a las tareas. Por él, mi dulce amigo, la razón conducida, recibe del saber altas ideas. En la carrera incierta de la vida dirigir puede al hombre, y enemigo del ocio torpe y la ignorancia oscura, o le presta consuelo en la adversa ocasión, o le asegura el favor de la suerte; justa obediencia y justo imperio enseña. Si a ti benigno el cielo miró al nacer y hoy colma de favores; pues no a las letras proteger desdeña tu mano generosa, ellas su auxilio deben ofrecerte. Que no siempre de flores la senda peligrosa de la fortuna encontrarás cubierta, ni el timón abandona el marinero, por más que el viento igual, propicio espire. Docta la historia, ejemplo verdadero a tu razón presente, de lo que habrá de ser en lo que ha sido. Mira en ella los pueblos más famosos que redimen sus fastos del olvido, si políticos ya, si belicosos, a tanta gloria, a tal poder llegaron; si en ellos se admiraron justicia, humanidad, costumbres puras; si fue de la virtud asilo el trono; si la ignorancia, las venganzas duras, el ocio corruptor, el abandono, dieron causa a su estrago. Ya no existís, naciones poderosas, vuestra gloria acabó. Tiro opulenta, Persépolis, y tú, fiera Cartago, enemiga del pueblo de Quirino, ya no existís. Dudoso el caminante en hórrido desierto os busca, y el bramido de las fieras le aparta. La corriente sigue al Eúfrates que tronando suena, y el lugar desconoce donde la asiria Babilonia estuvo que al héroe macedón miró triunfante. Hoy cenagosos lagos, corrompido vapor, caliente arena, áspera selva, inculta, engendradora de monstruos ponzoñosos encuentra solo; y la ciudad que pudo del vencedor romano el yugo sacudir, Palmira ilustre, yace desierta ahora; sus arcos y obeliscos suntüosos, montes son ya de trastornadas piedras, sus muros son rüinas. Hundió del tiempo la invisible mano entre arbustos estériles y hiedras, los pórticos del foro en columnas de Paro sostenidos, basas robustas y techumbres de oro donde el arte expresó formas divinas... ¡Memorias de dolor! Allí apacienta su ganado el zagal, y absorto admira cómo repite el eco sus acentos, por las concavidades retumbando. De tal desolación la causa mira, no tanto en los opuestos elementos embravecidos, cuando al austro oscuro el aquilón compite, y Jove en alto carro conducido fulmina a los alcázares centellas; o cuando en las cavernas oprimido del centro de la tierra, el fuego brama con rumor espantoso, y en su reventación muda los montes, ciudades arrüina, hierve el mar proceloso, y arde en sus ondas la violenta llama. Que el hombre, el hombre mismo, si a la maldad declina, desconociendo términos, excede a las iras del cielo y del abismo. Triunfó insolente la impiedad, faltaron las leyes, el pudor, y los robustos imperios de la tierra debilitó cobarde tiranía; las delicias funestas enervaron el amor de la paria, el ardimiento, la disciplina militar, y el día llegó terrible de discordia y guerra, que al orgullo mortal previno el hado, para ejemplo a los siglos espantoso. Y como desatado suele el torrente de la yerta cumbre bajar al valle, y resonando lleva, roto el margen con ímpetu violento, árboles, chozas, y peñascos duros, rápido quebrantando y espumoso de los puentes la grave pesadumbre, y la riqueza de los campos quita, y soberbio en el mar se precipita; así, bárbaras gentes, descendiendo del norte helado en multitud inmensa contra la invicta Roma, estrago horrendo, muerte y esclavitud la destinaron; y al orbe que oprimió dieron venganza. Así, en edad distinta, osado el Trace, sin hallar defensa, excediendo el suceso a la esperanza, trastornó los imperios del oriente, el trono de los césares, la augusta ciudad de Constantino. Grecia humilló su frente; el Araxes y el Tigris proceloso, con el Jordán divino que al mar niega el tributo, las Arabias y Egipto fabuloso, en servidumbre dura cayeron y opresión. Gimió vencida la tierra que llenó de espanto y luto, de sus vagos ejércitos impíos la furia poderosa. Mas como suele en los despojos fríos que al sepulcro voraz lleva la muerte, buscar alivios a la frágil vida la física estudiosa; tú así, en la edad pasada examinando de tantos pueblos la voluble suerte, las causas de su gloria y su rüina; propio escarmiento harás la culpa ajena, experiencia el aviso, y natural talento la doctrina. Verás entonces que el que sabe impera, y en medio de las dichas preparando el ánimo robusto contra la adversidad, o la modera, o la resiste intrépido. Que el mando es delicioso, si templado y justo la unión social mantiene, los intereses públicos procura, la ley se cumple, y ceden las pasiones. Que el poder no en violencia se asegura, ni el horror del suplicio le sostiene, ni armados escuadrones, pues donde amor faltó, la fuerza es vana. Tú lo sabes, señor, y en tus acciones ejemplo das. Tú la virtud oscura, tú la inocencia amparas. Si olvidado el mérito se vio, tú le coronas; las letras a tu sombra florecieron, el celo aplaudes, el error perdonas, y el premio a tus aciertos recibiste en placer interior que el alma siente. ¡Oh! Pues tan altos dones mereciste al numen bienhechor, que generoso igualó con tus prendas tu fortuna; roba instantes al tiempo presuroso, ilustrando la mente con nuevas luces si te falta alguna. EPIGRAMA A GERONGIO Pobre Geroncio, a mi ver tu locura es singular: ¿quién te mete a censurar lo que no sabes leer? EPÍSTOLA A ANDRÉS ¿Quieres casarte, Andrés? ¿O te propones a mi dictamen acceder sumiso? ¿Tan dócil es tu amor? ¿O tan dudoso el mérito será de tu futura doña Gregoria, que el quererla mucho, o no quererla, de mí voz depende? En fin, si mi opinión saber deseas te la diré; pero el asunto es grave y toca en la moral filosofía, no se diga de mí, que en delicadas materias uso de pedestre estilo y frase popular. Tú, que las noches pasas leyendo la moderna solfa de nuestros cisnes, y por ella olvidas de Lope y Laso la dicción, escucha: que en la misiva que a copiarte empiezo, mi dictamen te doy, no te conjuro. «Si, tus abriles, bonancibles años, »que meció cuna en menear dormido, »del bostezante sueñecito umbrátil; »huyen, y huyendo, amigo Andrés, no tornan. »¿Qué nube de esperanzas y deseos »te halaga en derredor? ¡Ay! teme, teme »letargoso placer, velar cargoso »y rugosa inquietud que a par te cercan. »Entra, amigo, en ti mismo, o si te place »huye dentro de ti; consulta un rato »la sensatez en lóbrego silencio, »y hondamente exclamante ella te aleje »de la deshermandad desamistada, »que los cuidados cárdenos profusa. »Presto será que el pestilente soplo »del ejemplo mortal de un mundo infecto, »arideciendo el alma infructuosa, »sin esperanza la semilla ahogue »que natura plantó: ni el freno triste, »ni el helado compás de la prudencia, »su vividor hervir harán que cese. »Todo al tiempo sucumbe: el cedro añoso, »la dócil caña en gratitud riendo »dulce; como de leve niebla umbría »el insensato orgullo. Infortunado »clima aridece ya con sus heladas, »crujientes pesadumbres, y fraguras, »el numen invernal; llegan las horas »de hielo y luto, y se empavesa el cielo. »Salud, lúgubres días, horrorosos »aquilones, salud; que ya se cubre »selvosa soledad de nieve fría, »y el alto sol mirándola se embebe. »Ábrego silvador, cierzo bramante, »ya la tormenta, excitan borrascosa »soplan el soplo de venganza, y nubes »oscuras en los vientos cabalgando, »bañan y abisman los tranquilos surcos. »Empero ley primaveral que vuelve, »dócil se presta al oreante soplo »del aura matinal; cuanto es so el cielo »todo anuncia, placer; la etérea playa »velada en esplendor, colma la selva »de profusión fragante, los soplillos »del favonio y el beé de las simplillas »corderas, que yerbilla pastan verde. »¡Oh coronilla! A ti también te veo, »y la sien de la espiga; aunque levante »el abrojo su frente ignominiosa. »Las fuentes, los arroyos saltadores, »sierpes de nácar, con albores giran; »forman torcidas calles, y jugando »con las flores se van. Canta el pardillo »y ledo mira al sol, vuela y se posa, »o al vislumbrar de la modesta luna, »le responde la eco solitaria. »La estación estival en pos se sigue, »y el agosto abrasado ahoga las flores »con ardor descollante. Palidece »el musgoso verdor, oigo quejarse »en seco son el vértigo del polvo; »y lo que por doquier bañado en vida »el céfiro halagaba, estinto yace. »El sol en su hosquedad desjuga el suelo, »y mientra amiga la espigosa Ceres »con la pecha del trigo desuraña »al cultor fatigado; los umbrosos »frescores, el postrer aliento ríen. »Luego con sus guirnaldas pampanosas, »octubre empampanado, en calma frente, »la alegría otoñal nos da que vuelva; »a la esperanza la corona el goce, »y la balanza justa al sol voluble »ya le aprisiona en sus palacios frescos. »Cefirillo, tal vez enamorado »de alguna poma, bate el ala, y llega, »y la besa, y la deja, y toma, y mece »las hojitas, y bulle, y gira, y para, »y huye, y torna a mecer... Dejad que ciña »la temulenta sien, ¡oh, ninfas blondas! »Mil veces Evohé... Cien copas pido, »y en pos, y a par, y cabe mí colmadlas, »y otras ciento me dad... Así natura, »las leyes no exorables acatando, »próvida el perenal destino sigue, »engranando los seres con los seres; »que unos de otros en pos, en rauda marcha, »crecen, y llegan, y los tragan, y huyen. »¡Ay! ¡Amigo hermanal! Cauto desoye »luengos transportes y cobarde miedo, »que a la infantina juventud apena. »Se alejan ya los intornables días, »tremolando el terror. Ocia; si es dado; »no quieras zozobrar en el arrollo, »con los reveses reluchando indócil. »¿Ves la rueda insociable de fortuna »resaltar vacilante, en rechinido »y agudo retiñir? ¿Y cómo torva »la insaciabilidad del oro insomne, »la avaricia clavó dentro del pecho? »¿Ves la envidia voraz? ¿Ves la perfidia, »riendo muertes, profusas protervias, »y el puñal del desprecio, la ponzoña »de la doblez, los hielos del olvido, »que la alma fuente del sentir cegaron? »Heme en fin junto a ti, que ya te tiendo »un brazo de salud. ¡Ay! No disocies »a la fiel confianza de tu frente. »Con el destilo escuda la dureza, »y flecha tu interior con las memorias. »No el díscolo interés soplando estéril, »impida de tu pecho al golfo umbrío, »que en claridad lumbrosa se desnuble. »El hombre es solo quien guarnece al hombre, »mi buen Andrés. No marques en oprobio »tu vivir breve: al sexual cariño »el brutal apetito rinda el cetro, »y cubre con tu mano tu deshonra. »Que en cuanto vieres navegar los astros, »verás, ¡ay, ay, ay, ay! que es llanto el gozo, »que las pasiones para siempre yacen, »yacen, sí, yacen; a la tumba lleva »el frío del no ser; entre orfandades »pasea en espectáculo profundo »la muerte el carro, y propiciar no puede »más al mortal que suspirar deseos.» ¿Me has entendido, Andrés? Si reconoces que de tan inhumana jerigonza nada se entiende, y te quedaste a oscuras; quema tus libros y renuncia al pacto, y hasta que aprecies el hablar castizo de tus abuelos solterón te queda; y que Doña Gregoria determine lo que la esté mejor. Si mi discurso, enfático, dogmático, trifauce, te ha parecido bien, y en él admiras repetido el primor de tus modelos; no te detengas: cásate esta noche, y larga sucesión te den las Furias. ODA AL NUEVO PLANTÍO QUE MANDÓ HACER EN LA ALAMEDA DE VALENCIA EL MARISCAL SUCHET. AÑO DE Ya la feliz ribera del edetano río a gozar vuelve su beldad primera, y los que devastó furor impío de Gradivo sangriento, feraces campos gratos a Pomona, la amiga paz corona con árboles umbrosos, y ya en su nueva pompa bulle el viento. ¡Oh! ¡Prosperen dichosos! Una edad y otra acrecentar los vea tronco robusto y ramas tembladoras; y cuando el rayo de la luz febea en las estivas horas el aire enciende, asilo den süaves y tálamo fecundo al coro lisonjero de las aves. Amor, el dulce Amor, alma del mundo, aquí tendrá su imperio y monarquía, y los pensiles dejará de Gnido, la mansión del Olimpo y sus centellas, por gozar atrevido, en la que va a crecer floresta umbría, los verdes ojos de sus ninfas bellas. ¿Quién de sus flechas pudo el pecho defender? Aquí el gemido del amador escuchará la hermosa; el corazón herido, y el labio honesto a la respuesta mudo; aquí de su celosa pasión las iras breves (que breves han de ser de amor las iras) tal vez exhalará con tiernas voces; y en tanto el son de las acordes liras, llevado de los céfiros veloces, al canto y danza animará festivo mientras alta Dictina rompe el velo nocturno, en carro de luciente plata, y con él arrebata el curso de las horas fugitivo. Y tú, que viste de tu fértil suelo alzarse inútil muro, abatir la segur antiguos troncos, de tu corba ribera honor sagrado, alcázares arder y humildes techos, tronar los bronces de Mavorte roncos, envuelta en humo oscuro tu ciudad bella, y rotos y deshechos ejércitos, y en sangre amancillado tu raudal cristalino, ¡oh, padre Turia! Si difunde el cielo sobre tus campos su favor divino, de guirnaldas ornándote la frente, corre soberbio al mar. En raudo vuelo dilatará la fama el nombre, que veneras reverente, del que hoy añade a tu región decoro y de apolínea rama ciñe el bastón y la balanza de oro. Digno adalid del dueño de la tierra, de el de Vivar trasunto: que en paz te guarda, amenazando guerra, y el rayo enciende que vibró en Sagunto. EPIGRAMA A PEDANCIO, AUTOR DE UNA OBRA EN QUE LE AYUDABAN VARIOS AMIGOS Pedancio, a los botarates que te ayudan en tus obras, no los mimes ni los trates; tú te bastas y te sobras para escribir disparates. INSCRIPCIÓN PARA UN RETRATO DEL AUTOR REMITIÉNDOSELE A UNA SEÑORA VALENCIANA A la Ninfa del Turia ilustre y bella, mi imagen doy, y el corazón con ella. ODA A LA MARQUESA DE VILLAFRANCA Con motivo de la muerte de su hijo el Conde de Niebla No siempre de las nubes abundante lluvia baña, los prados, ni siempre altera el piélago sonante bóreas, ni mueve los robustos pinos sobre los montes de Pirene helados. A los acerbos días otros siguen de paz; la luz de Apolo cede a las sombras frías, al mal sucede el bien; y en esto solo, los aciertos divinos el hombre ve de aquella mano eterna que en orden admirable, todo lo muda y todo lo gobierna. Y tú, rendida a la aflicción y el llanto, ¿durar podrás en luto miserable, sensible madre, enamorada esposa? ¿Pudo en tu pecho tanto la pérdida cruel, que a la preciosa víctima por la muerte arrebatada, otra añadir intentes? Y no será que de tu ruego instada, la prenda que llevó te restituya, no, que la esconde en el sepulcro frío. Esa vida fugaz no toda es tuya es de un esposo, que el afán que sientes sufre, y el caso impío que de su bien le priva y su esperanza; es de tu prole hermosa, que mitigar intenta con oficioso ardor tu amargo lloro, si tanto premio su fatiga alcanza. Sube doliente a las techumbres de oro el gemido materno, y en la callada noche se acrecienta. La indócil fantasía te muestra al hijo tierno, como a tu lado le admiraste un día, sensible a la amistad, y al heredado honor; modesto en su moral austera al ruego de los míseros piadoso; de obediencia filial, de amor fraterno, de virtud verdadera ejemplo no común. Negó al reposo las fugitivas horas, y al estudio las dio; sufrió constante las iras de la suerte, cuando no usada a tolerar cadenas la patria alzó sus cruces vencedoras. ¡Oh! Si en edad más fuerte se hubiese visto, y del arnés armado en la sangrienta arena. ¡Oh, cómo hubiera dado castigo a la soberbia confianza del invasor injusto, a su nación laureles, gloria a su estirpe y a su rey venganza! Tanto anunciaba el ánimo robusto, con que en el lecho de dolor postrado, le viste padecer ansias crueles; cuando inútil el arte cedió y confuso, y le cubrió funesta sombra de muerte en torno. El arco duro armó la inexorable, al tiro presta, y por el viento resonando parte la nunca incierta vira. Él, de valor, de alta esperanza lleno, preciando en nada el mundo que abandona, reclinado en el seno de la inefable religión, expira. Ya no es mortal: entre los suyos vive; espléndida corona le circunda la frente. El premio de sus méritos recibe ante el solio del Padre omnipotente, de espíritus angélicos cercado, que difunden fragancias y armonía por el inmenso Olimpo, luminoso. Debajo de sus pies parece oscuro el gran planeta que preside el día. Ve el giro dilatado que dan los orbes por el éter puro, en rápidos o tardos movimientos, verá los siglos sucederse lentos; y él, en quietud segura, gozará venturoso del sumo bien, que para siempre dura. ALOCUCIÓN Con que anunció su beneficio Francisco Chiner, primer galán de la compañía cómica de Barcelona, en el año de 1814 Público ilustre, que benigno siempre sabes suplir la insuficiencia mía, perdonas el error por el deseo, y al más cobarde generoso animas: Si el don que te presento no es bastante a igualar los afectos que le dictan, sé que mereces más; pero no alcanzo la perfección a que mi celo aspira. Tiempo será que en esta escena admires a quien más docto y más feliz te sirva, que la suerte reparte desiguales las gracias, los talentos y la dicha. A mí me dio humildad; con esta solo esperar debo tu atención benigna. Danzas hermosas, de vosotras fío que mi esperanza se verá cumplida. ¡Hechiceras de amor! En cuyos ojos la libertad del corazón peligra; pues el don celestial de hacer felices es vuestra principal prerrogativa: ¿Qué harán los hombres si aplaudís piadosas? Las leyes que dictáis, ellos confirman, y el orbe entero, en voluntarios nudos, adora vuestra dulce tiranía. SONETO PARA EL RETRATO DE FELIPE BLANCO, PRIMER GRACIOSO DEL TEATRO DE BARCELONA ¿Me veis que serio estoy? Pues no os espante la adusta gravedad de mi persona, que adentro tengo el alma juguetona: diverso de mi genio es mi semblante. Prosa o verso me dicten elegante los que suben al cerro de Helicona, mis gracias aseguran su corona cuando animo la sátira picante. Los que quieren gemir y dar suspiros, y sus lágrimas compran con dinero, lloren, oyendo heroicidades tristes; Mas si queréis vosotros divertiros, venid a mí, que el amargor severo de la verdad os disimulo en chistes. EPIGRAMA A PEDANCIO Tu crítica majadera de los dramas que escribí, Pedancio, poco me altera; mas pesadumbre tuviera si te gustaran a ti. SONETO A LA MEMORIA DE D. JUAN MELÉNDEZ VALDÉS Ninfas, la lira es ésta que algún día pulsó Batilo en la ribera umbrosa del Tormes, cuya voz armonïosa el curso de las ondas detenía. Quede pendiente en esta selva fría, del lauro mismo que la cipria diosa mil veces desnudó, cuando amorosa la docta frente a su cantor ceñía. Intacta y muda entre la pompa verde, (solo en sus fibras resonando el viento) el claro nombre de su dueño acuerde. Ya que la patria, en el común lamento, feroz ignora la opinión que pierde, negando a sus cenizas monumento. ODA TRADUCCIÓN DE HORACIO ¡Ay, cómo fugitivos se deslizan, Póstumo, caro Póstumo, los años! Ni la santa virtud el paso estorba de la vejez rugosa que se acerca, ni de la dura, inevitable muerte. Y aunque a su templo des tres hecatombes en cada aurora, sacrificio y ruego Plutón desprecia; a tu lamento sordo. Él al triforme Gerión y a Ticio guarda, y los ciñe con estigias ondas que han de pasar cuantos la tierra habitan, pobres y reyes. Y es en vano el crudo trance evitar de Marte sanguinoso, y las olas que en Adria el viento rompe con sordo estruendo, y vano, en el maligno otoño, el cuerpo defender del austro; que al fin las torpes aguas del obscuro Cocito hemos de ver, y las infames Bélides, y de Sísifo infelice el tormento sin mí que le castiga. Tu habitación, tus campos, tu amorosa consorte dejarás. ¡Ay!, y de cuantos árboles hoy cultivas, para breve tiempo gozarlos, el ciprés funesto solo te ha de seguir. Otro más digno sucesor brindará del que guardaste con cien candados cécubo oloroso, bañando el suelo de licor, que nunca otro igual los pontífices gustaron, en áureas tazas de opulenta cena. EPIGRAMA A UN MAL BICHO ¿Veis esa repugnante criatura, chato, pelón, sin dientes, estevado, gangoso, y sucio, y tuerto, y jorobado? Pues lo peor que tiene es la figura. SONETO LA DESPEDIDA Nací de honesta madre; diome el cielo fácil ingenio en gracias afluente; dirigir supo el animo inocente a la virtud, el paternal desvelo. Con sabio estudio, infatigable anhelo, pude adquirir coronas a mi frente; la corva escena resonó en frecuente aplauso, alzando de mi nombre el vuelo. Dócil, veraz, de muchos ofendido, de ninguno ofensor, las musas bellas mi pasión fueron, el honor mi guía. Pero si así las leyes atropellas, si para ti los méritos han sido culpas; adiós, ingrata patria mía. CÁNTICO A nombre de unas niñas españolas, de familia refugiada en Francia. Con motivo de una peligrosa enfermedad de la Marquesa de Ariza. CORO ArribaAbajo Suban al cerco de Olimpo luciente, eco doliente, lamentos y voces, lleguen veloces al trono de Dios. VOZ .1ª Oye, Señor, el ruego fervoroso que humildes dirigimos en aflicción y llanto, con alma pura y manos inocentes. Ante tus aras a implorar venimos favor piedad. ¡Oh! ¡Numen poderoso! Si súplica mortal merece tanto. Por ti los orbes giran refulgentes, por ti naturaleza existe, y a tu voz la muerte dura contiene su fiereza. ¡Ay! No perezca la estimable vida de la que fue nuestro común consuelo, en la no merecida, constante desventura, que a nuestros padres a morir condena en peregrino suelo; y a nosotras con ellos, desdichadas. Ella fue nuestro amparo; ella serena benigna, generosa, lágrimas, tantas veces derramadas, en su favor nuestra niñez reposa. Si la virtud nos guía, si las tinieblas del error desvía, y aclara nuestra mente la lumbre del saber, dádiva es suya... Viva, ¡oh, gran Dios! Tu diestra omnipotente, al mundo, a nuestro amor la restituya. CORO Si la que fiel se ajusta a tu ley soberana, en leve sombra y vana se debe disipar, antes la parca adusta, que la amenaza tenaza fiera, de crímenes pudiera la tierra libertar. SONETO A la exposición de los productos de industria y artes, hecha en el Palacio del Louvre, en el año de Hoy que cerrado el templo de Belona, abre el suyo benéfica Minerva, y a sublimes artífices reserva de esplendor inmortal áurea corona, méritos más ilustres ambiciona Galia, en el ocio de la paz que observa, que cuando para hacer a Europa sierva, al ímpetu de Marte se abandona. Con tales artes, opulenta, fuerte, y docta, su poder verá temido en este y el antártico hemisferio. Mientras su claro príncipe convierte las leyes santas, pues su don han sido, a la estabilidad de tanto imperio. ODA EN NOMBRE DE UNAS NIÑAS. A LOS DÍAS DE LA DUQUESA DE BERWICK Y ALBA Admite benigna, Duquesa excelente, ofrenda que ausente tus siervos te dan. Hoy alzan humildes sus ojos al cielo; su amor y su celo no vanos serán. La voz inocente al numen agrada; que vuela inspirada de puro candor. ¡Oh! Llegue a su oído la súplica nuestra; prodigue su diestra en ti su favor. Dilate tu vida en prósperos años; ni sienta los daños del tiempo cruel. Cual árbol robusto que dura creciendo, el aura moviendo las flores en él. Amante y esposo, ocupe tu lado aquel fortunado mancebo gentil. Coronen su frente laureles de gloria; fatigue a la historia mil años y mil. Cercada te mires de prole fecunda; en ella se funda la dicha de amor. En ella hermanarse verás fortaleza, cordura, belleza, virtud y valor. Que al nombre heredado de ilustres abuelos, conceden los cielos honor inmortal. Conceden, que al mundo viviendo famosos, tus hijos dichosos le adquieran igual. Por ellos un día intrépida España, sabrá en la campaña lidiar y vencer. Y alzando, ofendida, cruzados pendones, de osadas naciones domar el poder. SONETO A LA MUERTE DEL EXCELENTE ACTOR ISIDORO MÁIQUEZ Tú solo el arte adivinar supiste que los afectos acalora y calma; tú la virtud robustecer del alma, que al oro, al hierro, a la opresión resiste. Inimitable actor, que mereciste entre los tuyos la primera palma, y amigo, alumno, y émulo de Talma, la admiración del mundo dividiste. ¿A quién dejaste sucesor muriendo? ¿De quién ha de esperar igual decoro la escena, que te pierde y abandonas? Así dijo Melpóneme, y vertiendo lágrimas, en la tumba de Isidoro cetros depone y púrpura y coronas. ODA TRADUCCIÓN DE HORACIO ¿De cuál varón o semidiós el canto previenes, alma Clío, en corva lira o flauta resonante? ¿De cuál deidad? A cuyo nombre santo eco responda alegre, en el umbrío Helicona, o el Pindo, o en la altura del Hemo helada, en que se vio vagante selva seguir del tracio la dulzura; que el curso detenía de los torrentes rápidos, usando maternas artes, y al sonoro acento de sus cuerdas, los árboles movía, y el ímpetu veloz paró del viento. ¿A quién primero ensalzaré cantando, sino al gran padre, que la estirpe humana y la celeste rige, el mar, la tierra, y al variar contino del tiempo, anima cuanto el orbe encierra? Él es primero y solo, igual no tiene su esencia soberana; si bien segunda en el honor divino, inmediato lugar Palas obtiene. Ni a ti, Baco, en batallas animoso callaré, ni a la virgen cazadora, ni a Febo luminoso; diestro en herir con flecha voladora. También los triunfos cantaré de Alcides, y a los hijos de Leda, celebrado jinete el uno, y en dudosas lides el otro vencedor, cuya luz clara, luego que al navegante resplandece, precipita del risco levantado la espuma resonante, el raudo viento para, la negra tempestad desaparece, y a su influjo, del mar, en breve instante calma el furor terrible. Dudo si aplauda al fundador Quirino después de aquellos, del prudente Numa el gobierno apacible, las haces justicieras de Tarquino, o de Catón la muerte generosa, los Escauros, y Régulo constante; o si de Emilio cante, pródigo de la vida, la palma sobre Aníbal obtenida. Curio, la cabellera mal compuesta: Fabricio, el gran Camilo, victorioso adalid a quien dieron sus abuelos hacienda escasa, y parco, la molesta pobreza toleró. Crece frondoso con una y otra edad árbol robusto, así la fama crece de Marcelo; y vemos ya en el cielo brillar de Julio la divina estrella: cual suele entre menores lumbres Dictina aparecerse bella. Jove saturnio, tú de los mortales amparo y padre, a quien cedió el destino la protección de Augusto; tú reina, y él a ti segundo sea. O ya sobre los partos desleales, que amenazan el término latino, adquiera triunfo justo, o en las últimas playas de oriente indos y seres humillados vea; él, inferior a ti, dé soberano leyes al mundo. Tú, de Olimpo ardiente en grave carro oprime las alturas, y el rayo vengador tu fuerte mano vibre, las selvas abrasando impuras. EPIGRAMA A UNA SEÑORITA FRANCESA La bella que prendó, con gracioso reír, mi tierno corazón, alterando su paz, enemiga de amor, inconstante, fugaz, me inspira una pasión, que no quiere sentir. SONETO Copia de un célebre cuadro de M. Guerin, que se conserva en París, en la galería de Luxembourg Insta Dido otra vez, Ana presente, al huésped frigio que en silencio adora, a que la fuga de Sinón traidora, y el incendio de Pérgamo la cuente. Él, otra vez, de la enemiga gente el falso voto y los ardides llora, la cólera de Aquiles vengadora, Héctor sin vida, y Hécuba doliente. Pinta el horror de aquella última y triste noche, y en la sidonia, alta princesa, admiración, temor, piedad excita. Y en tanto Amor, que a su regazo asiste, del dedo ebúrneo que anhelante besa, el anillo nupcial sagaz la quita. ODA A LA MUERTE DE D. JOSEF ANTONIO CONDE, DOCTO ANTICUARIO, HISTORIADOR Y HUMANISTA ¡Te vas, mi dulce amigo, la luz huyendo al día! ¡Te vas, y no conmigo! ¡Y de la tumba fría en el estrecho límite, mudo tu cuerpo está! Y a mí, que débil siento el peso de los años, y al cielo me lamento de ingratitud y engaños, para llorarte, mísero largo vivir me da. O fuéramos unidos al seno delicioso, que en sus bosques floridos guarda eterno reposo, a aquellas almas ínclitas, del mundo admiración: O a mí sólo llevara la muerte presurosa, y tu virtud gozara modesta, ruborosa, y tan ilustres méritos ufana tu nación. Al estudio ofreciste los años fugitivos; y joven conociste cuánto le son nocivos al generoso espíritu el ocio y el placer. Veloz en la carrera, al templo te adelantas donde Temis severa dicta sus leyes santas; y en ellas, digno intérprete llegaste a florecer. Ciñéronte corona de lauros inmortales las nueve de Helicona; sus diáfanos cristales te dieron, y benévolas su lira de marfil. Con ella, renovando la voz de Anacreonte, eco amoroso y blando sonó de Pindo el monte y te cedió Teócrito la cala pastoril. Febo te dio la ciencia de idiomas diferentes. El ritmo y afluencia que usaron elocuentes, Arabia, Roma y Ática, supiste declarar. Y el cántico festivo, que en bélica armonía el pueblo fugitivo al numen dirigía, cuando al feroz ejército hundió en su centro el mar. La historia, alzando el velo que lo pasado oculta, entregó a tu desvelo bronces que el arte abulta, y códices y mármoles amiga te mostró. Y allí, de las que han sido ciudades poderosas, de cuantas dio al olvido acciones generosas la edad que vuela rápida, memorias te dictó. Desde que el cielo airado llevó a Jerez su saña, y al suelo derribado cayó el poder de España; subiendo al trono gótico la prole de Ismael. Hasta que rotas fueron las últimas cadenas, y tremoladas vieron de Alhambra en las almenas los ya vencidos árabes, las cruces de Isabel. A ti fue concedido eternizar la gloria de los que ha distinguido la paz o la victoria, en dilatadas épocas que el mundo vio pasar. Y a ti, de dos naciones ilustres enemigas, referir los blasones, hazañas y fatigas, y de candor histórico dignos ejemplos dar. Europa, que anhelaba de tu saber el fruto, y ofrecerle esperaba en aplausos tributo; la nueva de tu pérdida debe primero oír. La parca inexorable te arrebató a la tumba. En eco lamentable la bóveda retumba, y allá en su centro lóbrego sonó ronco gemir. ¡Ay!, perdona, ofendido espíritu, perdona. Si en la región de olvido ciñes áurea corona, y tus virtudes sólidas tienen ya galardón. No de una madre ingrata el duro ceño acuerdes; que nunca se dilata la existencia que pierdes, sin que la turben pérfidas envidia y ambición. SONETO A D. LUIS DE SILVA, MOZIÑO DE ALBUQUERQUE, AUTOR DE LAS GEÓRGICAS PORTUGUESAS Cantó el de Mantua con sonoro acento la cultura del campo y los pastores; después empresas celebró mayores, y a Roma alzó durable monumento. Tú así, que en el bucólico instrumento ensayaste del arte los primores; desdeñando las selvas y las flores, épica trompa harás sonar al viento. Sí, que en los fuertes lusitanos dura el mismo aliento que les dio victoria en los opuestos límites del mundo. Y si al valor y a la virtud procura, Silva, tu verso, inextinguible gloria; de tu patria serás Marón segundo. ODA TRADUCCIÓN DE HORACIO Llevando por el mar el fementido pastor a Helena en sus idalias naves, Nereo de los aires la violenta furia contuvo apenas, y anunciando hados terribles: en mal hora, exclama, llevas a tu ciudad, a la que un día ha de buscar con numerosas huestes Grecia; obstinada en deshacer tus bodas, y de tus padres el antiguo imperio. ¡Cuánto al caballo y caballero espera sudor y afán! ¡Oh, cuánto a la dardania gente vas a causar estrago y luto! Ya, ya previene Palas iracunda el almete y el égida sonante, y el carro volador; y aunque soberbio con el favor de Venus, la olorosa melena trences, y en acorde lira, grato a las damas, cantes amoroso verso, nunca será que las agudas flechas de Creta y las herradas lanzas, funestas a tu amor, huyendo evites; ni el militar estrépito, ni al duro Ayax, ligero en el alcance. Tarde será tal vez; pero ha de ser: que en polvo tu cabello gentil todo se cubra. ¡Ay! ¿No miras al hijo de Laertes y Néstor el de Pilos, a los tuyos uno y otro fatal? ¿No ves qué osados ya te persiguen, Teucro en Salamina príncipe, y el que vence las batallas y diestro auriga a su placer gobierna los caballos, lidiando, Steneleo? Tiempo será que a Merión conozcas y a Diomedes, más fuerte que su padre. ¿Le ves, que ardiendo en cólera, te busca, te sigue ya? Tú, como el ciervo suele, si al lobo advierte en la vecina cumbre, el pasto abandonar; así cobarde y sin aliento, evitarás su golpe: y no, no fueron tales las promesas que a tu señora hiciste. La indignada gente que lleva Aquiles, el funesto hado de Troya y sus matronas puede un tiempo dilatar; pero cumplidos breves inviernos, las soberbias torres arderá de Ilion la llama argiva. SONETO A Doña L. G. C., premiada en Madrid con una corona de flores por sus adelantamientos en la botánica Esa guirnalda que enlazó a tu frente, premio de docto afán, la linda Flora; de aplauso no mortal merecedora te anuncia, a la futura hispana gente. Lauros le den al adalid valiente, que al golpe de su espada vengadora triunfa; y su esfuerzo y sus hazañas llora la humanidad, si el lloro se consiente. En tanto que a merced de la fortuna, cercados de amenazas y temores, los reyes ciñen sus coronas de oro. No la que obtienes hoy cede a ninguna: preciala en mucho, y tus humildes flores al suelo patrio añadirán decoro. CÁNTICO LA ANUNCIACIÓN VOZ 1.ª ArribaAbajo ¿Qué nuncio divino desciende veloz, moviendo las plumas de vario color? VOZ 2.ª El bello semblante en risa bañó, que inspira alegría, disipa temor. VOZ 1.ª El rubio cabello al hombro esparció; diadema le ciñe, de extremo valor. VOZ .2ª Ropajes sutiles adorno le son, y en ellos duplica sus luces el sol. VOZ 1.ª ¡Feliz habitante de la alta región! VOZ 2.ª ¡Alado ministro del sumo Hacedor! VOZ 1.ª ¡En hora bendita la tierra te vio! VOZ 2.ª Su dicha pendiente está de tu voz. VOZ 1.ª y 2.ª Que tú solo anuncias favores de Dios. VOZ 3.ª Lleva a la santa Nazaret su vuelo el ángel del Señor, y resplandece la estancia de María; de fragantes aromas se enriquece el aire en torno, y suena melodía igual a la del cielo. La honesta virgen, ruborosa y muda, se postra absorta al paraninfo hermoso: ve tanto bien, y merecerle duda. Él, con acento grave y amoroso, no temas, no, la dice, de las hijas de Adán la más felice. Llena de gracia estás: está contigo el Dios que adoras inefable, eterno, y el fruto santo que de ti se espera se ha de llamar Jesús. Dijo, y la esfera que en luces arde y arreboles de oro, vuelve a romper con ímpetu sonoro; y se estremece el enemigo infierno. VOZ 4.ª ¡Oh! ¡Instante dichoso de amor y consuelo, que la tierra al cielo para siempre unió! Y al Dios poderoso, que truena indignado, piadoso, humanado, sumiso le vio. CORO Virgen, madre, casta esposa; sola tú la venturosa, la escogida sola fuiste, que en tu seno recibiste el tesoro celestial. Sola tú, con tierna planta, oprimiste la garganta de la sierpe aborrecida, que en la humana, frágil vida esparció dolor mortal. DIÁLOGO TRADUCCIÓN DE PABLO ROLLI ¿Quieres decirme, zagal garrido, si en este valle naciendo el sol, viste a la hermosa Dórida mía, que fatigado buscando voy? -Sí, que la he visto pasar el puente, y a los alcores se encaminó un corderito la precedía, atado al cuello verde listón. -¿Sólo el cordero la acompañaba? -También con ella iba un pastor. -¿Lícidas? -Ése, Lícidas era; más que te asusta ¿Qué mal te dio? -¡Ay! Vaquerillo, ¡qué feliz eres! Pues aún ignoras lo que es amor. ODA TRADUCCIÓN DE HORACIO No de mi casa en altos artesones brilla el marfil ni el oro, ni columnas, que corta en sus regiones apartadas el moro, sostienen trabes áticas. Ni intruso sucesor, el alcázar opulento de Pérgamo, ocupé. Nunca labraron púrpuras de Laconia, para el uso de su señor, mis siervas; pero vivo contento de que jamás faltaron en mí, virtud y numen afluente: soy pobre; pero el rico a mí se inclina. Ni pido más a la bondad divina, ni para que mis fondos acreciente importuno el amigo generoso: harto soy venturoso con mis campos sabinos. Una y otra después arrebatadas huyen las horas y de igual manera las nuevas Junas a morir caminan. Tú, cercano a la muerte, de mármol edificas levantadas fábricas; olvidado de la tumba; y estrecho en la ribera de Bayas, donde el piélago retumba, buscas en él cimiento. ¡Qué mucho! Si los términos vecinos alteras avariento, usurpando a tus súbditos la tierra. Por ásperos caminos tímidos huyen la mujer y esposo, ambos al serio puestos sus dioses, y sus hijos mal compuestos. Pues no, no tiene el hombre poderoso palacio más seguro, que la mansión del Aqueronte avara: ella le espera habitador futuro. ¿Para qué anhelas más? Si al que mendiga, hambriento y desvalido, y al sucesor del trono, igual prepara la tierra sepultura. Ni el audaz Prometeo el aura pura volvió a gozar, con dádivas vencido el que guarda las puertas del Averno. Él aprisiona a Tántalo, y la estirpe de Tántalo famosa; él, de quien sufre angustia dolorosa, (invocado tal vez, o aborrecido) el llanto acalla en el horror eterno. SONETO A LA SEÑORA M. D., BAILARINA DEL TEATRO DE BURDEOS Haciendo la figura d Cupido, en el baile intitulado: Amor en la Aldea No es el Amor esa deidad hermosa que veis, como los céfiros, alada, con puntas de oro y dócil arco armada, y ceñida la sien de mirto y rosa. O en breve sueño su inquietud reposa, o el aire hiende, la prisión burlada; dulces afectos inspirar la agrada: triunfa, y castiga o premia generosa. Esa es la ninfa, por quien hoy ufano Garona, ilustra su feliz ribera, de pámpanos ornándose el cabello. No es aquel ciego flechador tirano, que el mundo turba y la celeste esfera, no es el Amor; que no es Amor tan bello. SILVA A D. FRANCISCO GOYA, INSIGNE PINTOR Quise aspirar a la segunda vida, que agradecido el mundo al eminente mérito reserva de pocos adquirida, entre los que siguieron la inspiración de Apolo y de Minerva. Vanos mis votos fueron, vano el estudio, y siempre deseada la perfección, siempre la vi distante. Mas la amistad sagrada quiso dar premio a mi tesón constante, y a ti, sublime artífice destina a ilustrar mi memoria, dándola duración en tus pinceles, émulos de la fama y de la historia. A tanto la divina arte que sales poderosa alcanza, a la muerte quitándola trofeos. Si en dudosa esperanza culpé de temerarios mis deseos, tú me los cumples, y en la edad futura, al mirar de tu mano dos primores y en ellos mi semblante, voz sonará que al cielo te levante con debidos honores; venciendo de los años el desvío, y asociando a tu gloria el nombre mío. ELEGÍA A LAS MUSAS Esta corona adorno de mi frente, esta sonante lira, y flautas de oro, y máscaras alegres; que algún día me disteis, sacras Musas, de mis manos trémulas recibid, y el canto acabe, que fuera osado intento repetirle. He visto ya como la edad ligera, apresurando a no volver las horas, robó con ellas su vigor al numen. Sé que negáis vuestro favor divino a la cansada senectud, y en vano huera implorarle; pero en tanto, bellas ninfas, del verde Pindo habitadoras, no me neguéis que os agradezca humildes los bienes que os debí. Si pude un día, no indigno sucesor de nombre ilustre, dilatarle famoso; a vos fue dado llevar al fin mi atrevimiento. Solo pudo bastar vuestro amoroso anhelo, a prestarme constancia en los afanes que turbaron mi paz, cuando insolente, vano saber, enconos y venganzas, codicia y ambición, la patria mía abandonaron a civil discordia. Yo vi del polvo levantarse audaces a dominar y perecer, tiranos, atropellarse efímeras las leyes, y llamarse virtudes los delitos. Vi las fraternas armas nuestros muros bañar en sangre nuestra, combatirse, vencido y vencedor, hijos de España, y el trono desplomándose, al vendido ímpetu popular. De las arenas que el mar sacude en la fenicia Gades, a las que el Tajo lusitano envuelve en oro y conchas; uno y otro imperio, iras, desorden esparciendo y luto, comunicarse el funeral estrago. Así cuando en Sicilia el Etna ronco revienta incendios, su bifronte cima cubre el Vesubio en humo censo y llamas, turba el Averno sus calladas ondas; y allá del Tibre en la ribera etrusca se estremece la cúpula soberbia, que da sepulcro al sucesor de Cristo. ¿Quién pudo en tanto horror mover el plectro? ¿Quién dar al verso acordes armonías; oyendo resonar grita de muerte? Tronó la tempestad: bramó inacundo el huracán, y arrebató a los campos sus frutos, su matiz; la rica pompa destrozó de los árboles sombríos; todas huyeron tímidas las aves del blando nido, en el espanto mudas; no más trinos de amor. Así agitaron los tardos años mi existencia; y pudo solo en región extraña, el oprimido ánimo hallar dulce descanso y vida. Breve será, que ya la tumba aguarda y sus mármoles abre a recibirme; ya los voy a ocupar... Si no es eterno el rigor de los hados, y reservan a mi patria infeliz mayor ventura; dénsela presto, y mi postrer suspiro será por ella... Prevenid en tanto flébiles tonos, enlazad coronas de ciprés funeral, musas celestes; y donde a las del mar sus aguas mezcla el Garona opulento, en silencioso bosque de lauros y menudos mirtos, ocultad entre flores mis cenizas. FIN

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